Estos capitulos que leeras aqui son la version original de este libro. Te invito a que descubras pronto la version mejorada por la casa publicadora. Gracias y espero que los disfruten.
22 de julio de 1981. Otro gran día para Rosa Iris, mi madre. En la sala de parto se escuchaban sus gemidos de sufrimiento, mientras traía a luz a otro hijo al mundo.
Un hijo tal vez no planeado, pero amado. Al parecer en una época sin internet y otras cosas para entretenerse. Mis padres no encontraban qué más hacer.
Somos una familia grande. Seis hermanos de los mismos padres, lo cual no sabía que era un privilegio hasta ese momento. Solo puedo imaginar el dolor y los gritos que mi madre tuvo que pasar, para que yo estuviera aquí el día de hoy.
Esto es precisamente lo que deseo hacer en este libro: quiero dar a conocer las memorias de mi vida.
No planeo preguntarle a mi familia cada detalle de mi niñez y luego escribirlo aquí. Todo debe venir de lo que recuerdo haber vivido o momentos que mis familiares me han contado.
Quizás se me escape algún detalle, pero todo será verdadero. Creo que, durante esta lectura, nos reiremos de las cosas que he vivido. Cada momento ha sido importante. Momentos buenos, otros no tan buenos, algunos tristes, llenos de suspenso e incluso miedo, que han marcado mi vida.
Así fue como me dieron la bienvenida a la familia Feliciano Rodríguez. Me pusieron Wilfredo, el nombre de mi amado padre. Tengo una hermana llamada Blanca Teresa a quien le decimos “Beba” de cariño. Le pusieron Blanca porque ese es el nombre de nuestra abuela materna y Teresa porque es el nombre de nuestra abuela paterna.
Tengo un hermanito menor llamado Daneil. Él es el más consentido de mi madre, no por ser el menor, sino porque es el más apegado a ella. Inclusive, hoy en día como adulto, lo sigue siendo. Toda madre tiene un hijo que es apegado a ella y no la suelta para nada, ese es “Braun”, como le decimos de cariño.
Este apodo se lo pusieron después de un problema ocurrido en el punto de droga del Residencial Cobadonga en Trujillo Alto, pues a mi hermano lo vieron desnudo y, como su trasero era de color marrón, lo apodaron Daneil “el trasero Braun”. Tengo que aclarar que “trasero” no es la palabra exacta que le dicen, pero uso esa porque no quiero ofender a nadie.
Esta es la familia con la madre más hermosa del mundo y con el padre más amado. Cada uno de nosotros somos los hijos más amados de esta pareja.
No sé en qué momento pasó, pero en algún punto, mis padres se separaron y mi madre quedó a cargo de todos nosotros. Creo que esto ocurrió cuando vivíamos en el gran Barrio de las Monjas en Hato Rey.
Este barrio era muy peligroso. Los tiroteos y asesinatos eran comunes.
Ese era el lugar en donde vivíamos, en la boca del león, casi como muchos otros en aquel entonces, e incluso en la actualidad. Sobreviviendo cada día a la violencia de los barrios y Residenciales públicos o caseríos.
En estos lugares solo se sobrevive manteniéndose enfocado en los planes para el futuro, pero no todos tienen la misma suerte. Había que aprender. Había que hacer lo mejor, en especial después de ver a una madre sola, que se dedicaba a amar, cuidar y educar a sus 6 hijos en contra de lo que ellos veían y escuchaban todos los días en aquel lugar lleno de alegría, pero también de maldad.
Vivir en un barrio o caserío no es nada fácil, en especial para quienes tienen familia, pero esto pasa constantemente. La pobreza obliga a muchos a quedarse allí, con el objetivo de intentar sobrepasar las adversidades y salir adelante.
Claro que eso lo veo ahora que ya soy un adulto, pero eso no cambia que sea una realidad constante para muchas personas.
De todos los que viven en estas condiciones, hay que darles mayor mérito a las madres, pues ellas sin importar nada, luchan para que sus hijos e hijas reciban la educación necesaria y puedan salir adelante, convertidos en personas provechosas. Todo esto con el fin de que no se dejen arrastrar por la corriente del lugar y logren salir a tiempo y construir algo diferente.
De esta manera, pueden evitar involucrarse en cosas que parecen buenas, prósperas e incluso bendiciones, pero en realidad al final solo traen tristeza y dolor para todos.
Muchos de quienes lograron sobrevivir a este ambiente, lo hicieron gracias a la misericordia de Dios, ya que, en lugar de caer bajo las balas, cayeron en prisión donde Dios usa ese momento difícil para llamar su atención y hacerlos recapacitar.
Algunos escuchan y otros no, pero esto es mejor que perder la vida luchando por cosas que no benefician a nadie.
Es muy fuerte el dolor que se vive por la ignorancia de reconocer las verdaderas consecuencias de vivir así, tomando decisiones incorrectas.
Parte de esto es lo que quiero compartir con todos ustedes. Quiero que conozcan las realidades que muchos de nosotros tuvimos que enfrentar en un mundo lleno de felicidad, pero también de maldad.
Cada uno de nosotros nos esforzamos por buscar lo mejor para todas las personas que amamos. Esto también lo han intentado nuestros padres, hasta los animales tienen ese instinto, otorgado por Dios a través de su gracia.
El problema no es que queramos hacer algo bueno para nosotros y la familia. El problema está en lo que nos enseñan para lograr eso.
Muchos piensan que hablar sobre el tema es la solución, pero en mi opinión, no lo es. Si queremos ver un cambio real, tenemos que enseñarles palabras y acciones como ejemplo, pero sobre todo soporte y ayuda. La ayuda va de la mano con las palabras y las acciones, sino de lo contrario, todo estará incompleto.
Teniendo todo esto en cuenta, les pido que, con mente abierta, lean con atención sobre mi vida, cada camino, curvas y caídas. Aprendan de mis experiencias sin tener que llegar a pasar por ellas. Aun así, sé que mi historia tiene aspectos que, al leerlos, notarás que hay partes que son iguales o parecidas a las historias de muchos otros.
Pero esto se debe al hecho de la vida misma y la manera en que vivimos en este país. Mi intención es motivarlos a ser abiertos y flexibles con los demás, para aprender juntos a amarnos, respetarnos y cuidarnos los unos a los otros. Manteniéndonos alejados de los engaños, el odio, el rencor, la envidia y la venganza, que han destruido tantas familias y amistades. Todo aquello que contaminó nuestras buenas intenciones.
Todos han pasado por esto o algo similar, sean personas pobres o ricas, todos vivimos en el mismo mundo, lleno de bondad y maldad. Todos nos hemos engañado y también a nosotros mismos. Todos hemos permitido que la vida nos engañe en algún punto, todos necesitamos un guía.
En lo personal, doy gracias a Dios por todo lo que hace en mi vida, pero sobre todo por permitirme conocerlo a Él y a su hijo Jesucristo. Desde que Jesús me salvó, he comenzado a ver y a experimentar las cosas de manera diferente, e incluso en los momentos difíciles.
Sé que ocurren estas cosas porque Dios las permite para fortalecerme y llegar a ser quien debo ser. Tal vez mi vida no comenzó como tuvo que haber pasado, pero en medio de todo he aprendido que, para quienes confían en Él, todas las cosas obran para bien, porque estoy en buenas manos.
Tal vez tener una visión del futuro sea mejor que no tener ninguna, no lo sé. Pero sí sé que, durante mi niñez, mis visiones para el futuro eran muy cortas. Acordarme de ellas me hace reír, pero otras veces me hace llorar, pues me traen recuerdos de las experiencias que he tenido.
Recuerdos como el que tengo ahora, de un día que estaba caminando con un primo en un callejón del Barrio de las Monjas de Hato Rey. “Prieto” como le decíamos de cariño a mi primo, me iba mostrando todos lo que había en aquel lugar.
Esto fue muy importante, pues mi primo en aquel tiempo, era como un guía para mí. Sus locuras y su manera de decir las cosas me gustaban. Él era muy inquieto, siempre hacía de todo. Lo comparo mucho con mi hermano menor Daneil.
Mi primo y yo caminamos por todo el lugar explorando el barrio. Recuerdo que, entre los callejones, había muchas vigas de metal de un lado a otro.
Prieto quería enseñarme un truco, así que se trepó en uno de los tubos y, usando sus piernas, se colgó de este como si fuera un mono. Me pareció peligroso, pero grandioso al mismo tiempo. Siempre he sido muy cuidadoso de lo que hago con mi cuerpo, mi salud es muy importante para mí.
Por esa razón me puse muy nervioso al verlo columpiarse con sus piernas en el tubo, pues sabía que corría peligro de golpearse la cabeza.
Le insistí varias veces que se bajara, pero no me hizo caso, en cambio me dijo que me trepara con él. Ni loco le hice caso. Este es el tipo de cosas que mi hermanito Daneil se atrevería a hacer, pero yo no.
Le seguí insistiendo que se bajara, hasta que lo hizo. Para mi sorpresa, él dio una voltereta y cayó de pie. Tengo que admitir que eso fue increíble.
Recuerdo bien lo que me dijo cuando cayó: “Primo, no tengas miedo. Es divertido.”
Después de eso, seguimos caminando por el callejón de la calle 7 del barrio. Yo solo lo seguía de cerca, mirando todo con mucho cuidado. Los callejones eran pequeños, raros y angostos. Todo se veía muy tenebroso, daba miedo, por lo menos para un niño de mi edad en aquel entonces.
Aun así, la curiosidad me motivó a seguir caminando y explorando. Recuerdo que, cerca de la casa de mi papá, en un segundo piso, había una barbería. Allí era donde todos los del barrio iban a hacerse el peinado de moda. Era un peinado de ladito, al cual lo llamábamos “lambida de vaca.”
Da nostalgia pensar en eso, me gustaría que volviera. Lo curioso es que, en aquellos tiempos, no deseaba ser uno más de quienes seguían la moda.
Al final de uno de los callejones, había una tienda en donde vendían licor y todos se reunían a beber, fumar, jugar dominó, billar y a escuchar música.
Prieto vio a uno de los señores que bebía su cerveza y disfrutaba de su cigarrillo. Se acercó a su mesa y le pidió una peseta para jugar en las maquinitas de videojuegos que había en el lugar. La verdad es que no recuerdo el nombre de aquel señor, pero le diré Pancho, un apodo común en Puerto Rico.
Pancho se le quedó viendo a mi primo muy serio por unos segundos, parecía que no le iba a dar nada. Hasta que, de repente, se metió la mano en el bolsillo, sacó una moneda y se la dio. Creo que le dio pena, porque mientras le daba la moneda, le dijo: “Toma, niño, pero no vuelvas a pedirme otra. Si quieres dinero, ponte a trabajar que ya estás grandecito.”
Al final, solo me impresioné porque había logrado que le diera una moneda.
Mi primo contento me llamó para ir a la maquinita, lo malo es que fue él quien se puso a jugar y yo no. Solo me quedé cómo jugaba el juego de la pelea.
Aunque, en aquel entonces verlo jugar, para mí era suficiente. Además, me ayudó a salir un rato de la casa de mis tías.
A ellas las amo, pero una aventura afuera con mi primo era increíble, por lo menos en ese momento, pero luego les contaré por qué digo eso.
Un rato después, mi primo perdió el juego de las peleas y molesto me dijo que nos fuéramos. Solo asentí con mi cabeza y ambos nos marchamos.
Mientras me iba, me quedé mirando el interior del lugar. Las personas mayores bebían juntas disfrutando un rato, después de un largo día de trabajo. Bueno, en aquel momento no sabía eso, pero ahora como adulto y como alguien que también lo ha hecho, creo que solo buscaban un rato de felicidad y paz, pero terminaban embriagados. Dominados por el alcohol.
Se quedaban dormidos o hacían cosas en contra de sus amigos y familiares, o en contra de los amigos y familiares de alguien más. Todos estos problemas por culpa del alcohol.
De pronto, mi primo me volvió a llamar y me fui rápido hasta donde estaba. Él miraba por la carretera, a ver si venía algún carro. Esa era la carretera principal que quedaba detrás del barrio.
No sabía por qué él quería cruzar la calle, pero aun así lo seguí.
De repente, cuando mi primo notó que ya no pasaba ningún carro, salió corriendo, gritándome para que también corriera tras él.
Gracias a Dios que no nos pasó nada. En aquel momento me pareció gracioso, pero ahora no, pues reconozco lo peligroso que fue cruzar la calle de esa manera.
Cuando estuvimos al otro lado, continuamos caminando por la llerva, cerca de unas casas que había por ahí. Mi primo parecía conocer todo el lugar.
Caminaba muy tranquilo, pateando unas latas que había cerca. Yo lo seguía imitando todo lo que hacía. No era que imitaba absolutamente todo lo que le parecía, pero en ese momento, patear latas se veía muy divertido.
Hasta que, de repente, él se paró en frente de un gran portón de malla de metal, que marcaba los límites de un terreno grande, de una casa humilde pero muy bonita.
Comenzó a llamar a alguien, pero esa persona no salía. Me quedé mirando qué pasaba, cuando mi primo abrió el portón y me dijo: “Ven que no nos escuchan,” “pero, y si, ¿no están?” pregunté, pero él señaló la casa y me respondió: “Mira, la puerta está abierta, tienen que estar adentro y por eso no nos escuchan.”
No le dije nada más, pero me quedé mirando cómo una cosa de metal subía, mientras mi primo empujaba el portón hacia la derecha. Creo que era un contrapeso, para mantenerlo bien cerrado.
Prieto abrió el portón lo suficiente para que yo pudiera entrar y después lo hiciera él. Luego entró como si nada, pero yo me quedé en unos escalones pequeños que había en la entrada.
Alrededor de la casa había autos viejos y pedazos de madera. Pero lo que más se podía ver era el pasto, el cual estaba muy alto, parecía que nunca lo habían cortado.
Todo esto era muy tenebroso para mí. Para colmo, entre los carros salió un perro gris y blanco. Al verlo, me asusté mucho y quería salir corriendo, pero por el miedo, me quedé quieto.
De repente, el perro comenzó a correr hacia mí ladrando y dando vueltas a mi alrededor. Me asusté tanto que empecé a llorar del miedo, pero, para mi sorpresa, el monstruoso perro se echó a mis pies, jugando conmigo.
Qué gran susto, el más grande que había tenido a mi corta edad. No sé si fue por el susto o por instinto, pero al darme cuenta de que el perro era amigable, comencé a acariciarlo y a decirle nombres bonitos.
Fue en ese momento cuando escuché una voz femenina que dijo: “Benny, ven acá, perro malo. ¿Qué haces fuera de casa?” Al voltearme, me percaté de que quien hablaba era la dueña de la casa, que salía por la puerta de al frente junto a mi primo.
Al verla, me sentí más tranquilo. Ella me llamó para que subiera al balcón en donde estaban. No recuerdo de qué hablaron, pero sí recuerdo que hablaron por mucho tiempo. Todo ese rato me quedé mirando cómo el perro se movía de un lado a otro jugando con su dueña.
Minutos después, mi primo se despidió y, al salir por el portón, la dueña de la casa le gritó a Prieto: “Oye, ten cuidado con ese niño al cruzar. Vélalo bien, que aún es pequeño.” Mi primo le dijo que sí con la mano y nos fuimos.
Nada me pareció raro en ese momento, pero, ahora que lo pienso, mi primo era un muchacho muy atrevido y no creo que supiera muy bien lo que significaba tener cuidado. A él le gustaba el peligro, pero a mí no. Yo era solo un niño con ganas de explorar el mundo, pero nunca imaginé que, ese deseo combinado con un guía no muy preparado, me llevaría a vivir algunas cosas inesperadas e incluso algunas inapropiadas. Aun así, las tengo grabadas en mí como parte de mis mejores momentos.
¿Dónde está mi primo ahora? Realmente no lo sé. No sé si vive o no, pues como muchos otros en el futuro eligen el mal camino y muchas veces ese camino lleva a dos lugares, la muerte o la prisión, que es donde me encuentro escribiendo estas palabras.
Dios quiera y sea parte de la excepción de quienes logran salir del mal camino con vida, guiados por la mano de Dios.
Lo que sí sé es que lo extraño muchísimo y me gustaría reírme con él y su familia, quisiera sentarme con él y reírnos de los momentos que vivimos juntos.
“Recordar es vivir,” es una frase que mi novia Xiomara usa mucho y creo que tiene razón. Hay que vivir al máximo y atesorar esos buenos momentos que la vida nos trae en cada etapa de nuestras existencias, pues uno nunca sabe cuándo, alguno de esos momentos, será el recuerdo final que se viva en este mundo.
Este solo es el comienzo de mi vida, la primera etapa. Espero que no te vayas, pues aún faltan muchos más.
Un día muy temprano en la mañana, me levanté de mi camita, después de una noche en la que dormí como un bebé. Al parecer el sueño estaba muy bueno, pues caminé medio dormido hasta la cocina. Al entrar, pensé que encontraría a mis hermanos, pero no había nadie. Ni mi abuela ni mis tías estaban en la terraza.
Como tenía hambre, me puse a buscar el cereal en la gaveta donde siempre lo guardan, cuando de pronto escuché la voz de mi tía Norma: “Muchachito, ¿qué estás buscando?” Oh no, me agarraron, pensé, pero me aguanté los nervios y le contesté: “Es que tengo hambre y estoy buscando el cereal.” Mi tía con su cara que daba miedo, se acercó a mí, diciendo: “Bájate de ahí encima, no vaya a ser que te caigas.”
Sin pensarlo dos veces, me bajé y me fui a la mesa sin mirarla mucho. Ella ponía esa cara para poder controlarnos, pues no solo cuidaba de sus propios hijos que son seis, sino que también cuidaba a otros más. Mi tía siempre nos cuidaba cuando mi padre trabajaba y durante las vacaciones de la escuela.
De repente, ella sacó varias cosas y, en cuestión de minutos, me preparó un riquísimo sándwich de jamón, queso y huevo. No podía creerlo. No sé si me vio la cara de hambriento o que estaba muy flaco, pero me comí todo.
En aquel tiempo, podía comer de todo sin engordar. Era como si tuviese miles de gusanitos comiéndose todo lo que llegaba a mi estómago y sin dejarme engordar. Mi tía también me trajo un vaso de jugo de naranja. ¡Increíble! Esto era mejor que ninguna de las vacaciones que había tenido.
Cuando terminé de comer, escuché unos ruidos que venían de la parte de al frente de la casa, pero, como la puerta de la cocina estaba abierta, decidí salir por ahí.
Por aquella puerta, te encontrabas con el área en donde mi tía tendía la ropa para secarla. Cuando miré bien, vi a mis hermanos y a mis primos jugando a la pelota frente a la casa.
Esto no era nada nuevo, pues nosotros jugábamos al escondite, Tira y tápate, Bolita y hoyo, baloncesto usando un cubo como canasto y, por supuesto mi deporte favorito, la pelota. No teníamos el equipo adecuado, pero aun así nos las ingeniábamos. Jugábamos usando un palo de escoba como bate y una bola hecha con tape, cinta adhesiva.
Aun así, esos tiempos fueron muy importantes para mí. Fueron momentos muy divertidos.
Cuando llegué hasta donde estaban ellos, me tuve que quedar mirando, pues ya los equipos estaban completos. Mi tío Wishin nos vigilaba desde su casa al frente, al otro lado de la carretera. Parecía que la carretera era nuestra. No importaba quién ganara, pues siempre formábamos una gritería de alegría.
Damaris jugaba mucho con nosotros, casi siempre en el equipo donde estaban mis hermanos. Ella desde pequeña era muy activa y ágil. No sé si era por lo flaca, pero corría muy rápido.
Como pueden notar, ese día comenzó increíble, pero luego cambió. Cambió de ser el mejor día, a ser el peor día.
Durante uno de los juegos, se comenzaron a escuchar ruidos de autos y los chillidos de las gomas. A ninguno le pareció extraño, pues era algo común escuchar esto de vez en cuando. Pero ese día fue diferente.
De repente, mientras jugábamos, dos carros se acercaron a tan alta velocidad, que no nos dimos cuenta, ni siquiera mi tío se percató.
Lo recuerdo todo bien, yo corría para la segunda base, cuando ambos carros aparecieron por la pequeña curva de la calle cerca del callejón del barrio número 7. Uno de los carros perseguía al otro. Todos quedamos sorprendidos al darnos cuenta de lo que pasaba. Mi tío Wishin salió corriendo y gritando: “Sálganse del medio, ¡corran!, ¡corran!”
Asustado, me escondí en medio de dos carros estacionados a un lado de la calle. Desde allí me quedé mirando todo lo que pasaba, como si lo viera en cámara lenta.
Había un hombre con un gorro, como si tuviera orejas de perro, estaba sentado en el borde de la puerta de uno de los carros, disparando hacia el otro carro. Fue tan impactante que esas imágenes nunca se me van a olvidar.
Ahora sé que las cosas que nos suceden en la vida, Dios las hace obrar para sus propósitos con nosotros, según su plan puedo ver todo de manera diferente. Sin embargo, en aquel entonces no entendía nada de eso. Solo observaba aterrado la manera en que todo sucedía frente a nosotros.
Como adulto entiendo la importancia de no hacer cosas que puedan traumatizar la mente de un joven o un niño, hay circunstancias en las cuales ellos no deberían estar expuestos. Hay etapas para todo y, un niño viendo a un hombre con un arma disparando en un auto a toda velocidad, no es algo que debería presenciar.
No significa que sea algo apropiado para un adulto, pero nosotros sí podemos lidiar con este tipo de situaciones.
Sé que una cosa no tiene que ver con la otra, pero en mi vida delictiva llena de drogas y otros males, nunca hice nada en frente de niños o jovencitos. Tal vez por eso, muchos en la comunidad me querían tanto.
De todas las cosas que recuerdo de mi pasado, puedo decir que me alegro de que, al menos, no mostré a ellos algo malo físicamente. Ojalá no hubiera hecho las cosas que me trajeron a prisión a los 20 años de edad, pero las hice.
La madurez de la que antes carecía, ahora sí la tengo. Dios ha usado cada experiencia vivida, para cambiar mi ignorancia por la madurez que tanto necesitaba.
Sé que aún hay espacio para crecer más, pero en aquel entonces no solo había espacio para crecer, sino que también había muchísimo por conocer y por aprender.
Solo era un niño y cada día se sentía como si faltara lo mejor por venir. Creo que estaba en lo correcto.
Cada día hay algo más que aprender y vivir. Un paso a la vez, una etapa a la vez. La historia de nuestras vidas no se detiene, sino que continúa.
Realmente son pocos los recuerdos que tengo junto a mi padre. Él murió cuando era un niño. Todos sabemos que nuestras madres son lo más preciado para nosotros. También tenemos un cariño especial para nuestros hermanos y hermanas, pero, en lo personal, creo que la figura paterna es muy importante.
Padre y madre crean el balance necesario para un matrimonio, una familia y una crianza equilibrada.
Después de la separación de mis padres, mi madre nos llevó a vivir lejos de nuestra familia paterna. Nos fuimos dos de Hato Rey a Trujillo Alto para un Residencial público, llamado Nuestra Señora de Covadonga.
Nosotros solo pasábamos tiempo con ellos en las vacaciones de verano y algunos fines de semana. No entiendo por qué sucede así, pero luego de una separación, esto siempre pasa.
No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero a mí no me gusta mudarme de un lado para otro. No me gustan los cambios de ambiente, tener que construir nuevas amistades o los cambios familiares.
De lo poco que recuerdo de mi padre, es que siempre me llevaba con un amigo suyo que era barbero. Me da risa pensar en todas las veces que en la escuela se burlaban de los peinados que me hacían.
Sin embargo, no me acuerdo de las burlas y le doy gracias a Dios por eso, pero sí me da risa pensar en eso.
Mi padre siempre me llevaba a caminar. Un día fui a la casa donde vivía su nueva familia.
La señora era un poco gordita. Verla con mi padre era un poco extraño para mí. A los niños, por lo general, se nos hace extraño ver a nuestros padres o madres con otra pareja.
Parte de eso, es porque no sabemos si nos llevaremos bien con esa persona o, tal vez, es porque, de alguna manera, sentimos que mamá y papá no están juntos como debería ser.
Después de estar con él por un rato, regresábamos a la casa de mi tía y de mi abuela.
De camino por los callejones que antes mi primo me había mostrado, había unas personas jugando billar, bebiendo y fumando, otros jugaban dominó.
Mi papá se puso a hablar con algunos de ellos y yo solo me quedé mirando lo que hacían. Era curioso ver cómo parecían disfrutar el tiempo, pero también me parecía aburrido.
Después de un rato, finalmente continuamos el camino. Yo solo pensaba en ir a jugar con mis hermanos y mis primos.
Mi padre siempre me protegía mucho. En la calle y en otros lugares públicos, siempre me llevaba de la mano.
Cuando él abrió el portón, salí corriendo en busca de los demás para ver si estaban jugando o algo, pero nadie estaba jugando.
Algunos estaban en sus cuartos y otros durmiendo. Sin encontrar nada de lo que esperaba, me fui a la terraza a acompañar a mi abuela y, como era tarde, me quedé dormido.
Al otro día, me levanté en el cuarto que tenían para mí. No sé cómo había llegado, pero allí desperté acostado en la falda de mi padre.
Esa fue una tremenda sorpresa, pero no era la única.
Al pararme, me di cuenta de que mi padre estaba todo mojado, fue en ese momento en que me percaté de que no era agua, sino orines. Me había orinado mientras dormía. Qué vergüenza.
Pero lo que más me sorprendió, fue la reacción de mi padre. Al ver que me había dado cuenta de lo que había pasado, me sonrió y me dijo: “Al menos ya no tengo que bañarme, pues lo hiciste por mí. Ven, vamos para que te des un baño.”
No sé si fueron sus palabras o la forma en la que lo dijo, pero siempre me acuerdo de ese momento. No recuerdo nada más de lo que hicimos después. De hecho, es lo último que recuerdo de él.
Mi madre siempre me dice que mi padre me buscó y me visitó en el caserío. Pero nada, simplemente no recuerdo nada más.
Tal vez por eso creo fielmente que, sea de lejos o de cerca, la presencia de mi padre es importante, igual que la de mi madre.
No hay palabras que puedan expresar lo mucho que lo extraño y cuánto daría por verlo y darle un abrazo. Volver a ser un niño y jugar con él hasta que se canse y me regañe.
Todo esto me causa mucha risa. Cuando somos niños, queremos crecer y ser jóvenes, pero cuando somos jóvenes, queremos ser adultos. Lo curioso es que, de adultos, no queremos ser ancianos. Aun así, llegamos a la vejez y durante ese tiempo deseamos volver a ser jóvenes.
Sería mejor si aceptáramos la realidad como Dios la diseñó. Si aprendemos a disfrutar de cada etapa de la vida sin quejarnos, viviríamos mejor y no desperdiciaríamos tanto tiempo. Cuando se aprende lo importante que es esto, se siente la responsabilidad de ayudar a otros a no cometer los mismos errores que uno cometió por ignorante.
Pasar la vida quejándose es perder el tiempo, pues las quejas no solucionan nada. Nada va a cambiar, si el plan de Dios consiste en que atravieses algún camino que él quiera usar para enseñarnos el valor de la vida, la familia, los amigos y en especial, el valor de su hijo Jesucristo para nuestra salvación.
Dios nos enseña lo que debemos entender, para que nuestras vidas tengan un sentido real. ¿Por qué esto es importante? Simple, no importa cuánto tiempo pases sin conocer el sentido real, pues eso llegará el día en que mires hacia atrás y te des cuenta de que tu vida pasó y te la perdiste.
Yo pasé por eso. Seguí los deseos que quería y todo se esfumó como si nunca hubiera existido.
Momentáneamente nos sentimos bien cuando tenemos cosas materiales, aunque, sin importar lo que tengamos, siempre queremos más y más.
Me esmeré en tener todo lo que quería para ver cómo me sentiría, pero no logré nada. Voy a dejar algo claro, los objetos materiales no son el problema, el problema está en cuando son la única razón para vivir o estar felices.
A mí me gustan los autos antiguos, más que los nuevos. Me gustan los BMW, son bonitos. Ahora con Jesucristo en mi vida, entiendo que es Él quien le da sentido. Uno vive para Dios y Dios nos mueve a vivir para Él. Tener o no tener algo, no afecta nuestra felicidad, pues tenerlo a Él, es lo que nos debe hacer felices.
No sé si eres como yo era antes. Al principio, cuando empecé a buscar de Dios no entendía nada, pero el deseo de algo nuevo en mi vida, el deseo de conocer de Él, me ayudó a seguir.
Lo bueno es que, si lo buscas de verdad, Él se da a conocer y, las cosas que antes no entendías, comienzan a tener sentido. Todo esto se da por leer su palabra y orar, pero es Dios quien nos ayuda a entender lo que leemos.
Él siempre está obrando. Somos nosotros quienes nos desviamos del plan de Dios, para intentar hacer nuestros propios planes, en ocasiones, incluso logramos nuestros planes, pero realmente la mayoría de las veces no los logramos.
Nuestra propia inmadurez y falta de sabiduría nos lleva a no escuchar a los demás que quieren aconsejarnos para nuestro bien.
No tengo palabras para explicarte cuántos momentos dolorosos pude haber evitado, si hubiera escuchado los consejos de personas como mi abuela, mi mamá, mi tía, mi tío, mi papá y otras personas que me quieren ver bien. El pensar que lo sé todo, me trajo dolor, sufrimiento y muchas decepciones.
Con cada golpe, las personas maduramos, pero si escuchamos los consejos, podemos evitar algunos golpes.
Por eso te digo que es importante aprovechar el tiempo con todas las personas que amas, pero sobre todo presta atención a los consejos que te dan. Así solo seas un niño, joven o adulto, siempre hay algo que aprender para que luego seas tú quien ayude a los demás, porque llegará el momento en que ya no tengas la oportunidad de estar con algún ser querido y luego te quedes pensando en qué hubiera sido.
Si has perdido a alguna persona importante como me ha pasado a mí, intenta atesorar cada recuerdo, pues podrías encontrar alguna enseñanza en ellos.
No sé si para ustedes, pero para mí, los 90’s fueron una de los mejores momentos de mi vida, juventud, adolescencia y joven adulto. En esta época pasé un poco de todo; aventuras y decepciones que marcaron mi vida.
Recuerdo bien que cuando tenía entre 7 y 8 años, me llamaban el feo del caserío, pues era un niño flaco y orejón, pero sobre todo mocoso.
Desde niño he padecido de alergia y todavía es algo que afecta mi vida. Creo que, si Dios no me quita esto, así continuaré.
Hubo tiempos de alergia, también tiempos para pelearme con mis hermanos. Peleas por tonterías de chiquillos, que ahora nos reímos mucho de que, en aquel entonces, nos parecían importantes. Nos reímos al darnos cuenta de los inmaduros que éramos en esos tiempos.
Una de las cosas por las cuales discutíamos mucho, era por la comida y por saber quién jugaría con el Nintendo. Imagínate, seis hermanos y una sola consola.
Cada uno intentaba hacer lo suyo, rodeado por un mundo que nos enseña a ser violentos y a desear lo que los demás tienen. Pero gracias a Dios, porque usó a nuestros padres para educarnos y salir adelante.
Aun así, hace falta más, en especial si se vive en un caserío o en un barrio. Son lugares conflictivos que, lo único que te enseñan, es que por nada del mundo puedes permitirte ser débil, sino que tienes que ser el más fuerte para que no abusen de ti. Si haces eso, terminarás como yo, siendo la persona de la cual se burlaban en la escuela.
En este lugar no entienden la diferencia entre humildad y debilidad y confunden una con la otra. A pesar de esto, gracias a Dios pude seguir siendo yo mismo y mantenerme tal cual soy.
Recuerdo que, en la graduación de 5to año, mi madre quería celebrar a lo grande y me compró el mejor vestido que pudo. Lo único que no me gustó es que el traje era de color blanco, tenía un lacito y parecía un loco.
Sea como sea, amo a mi madre y tengo muy presente todo lo que sacrificó para que, mis hermanos y yo, hiciéramos las cosas bien. Sé que cada golpe que nos dio para disciplinarnos, nos lo dio por cosas que nosotros hacíamos. Conste que no eran golpes suaves, eran azotes fuertes, aunque no me pegaran a mí, me dolía solo de verlo.
A todos nos disciplinó, ninguno de sus hijos escapó de esto. Todos conocimos la disciplina de una madre celosa por sus hijos, una madre que deseaba que sus hijos no se perdieran en un mundo de mentiras y dolor.
No sé si en algún momento, alguno de nosotros se enojó o llegó a pensar cosas malas sobre ella, pero ninguno puede decir que nos pegaba sin razón. Cada uno hacía algo malo y luego venía la paliza. En especial cuando nos portábamos mal en la escuela.
Recuerdo un día en la clase de educación física, no me gustó la manera en que el maestro me regañó, así que le respondí con una mala palabra y le tiré un líquido para limpiar. Como podrás imaginar, se formó un problema y llamaron a mi madre a la escuela.
Ella escuchó todo muy tranquila y, mientras nos íbamos tampoco me dijo nada, hasta el punto en que me olvidé de todo. Luego llegamos a casa y me puse a jugar con mis hermanos como si nada. Me metí a bañar, no porque me gustara, sino porque tenía que hacerlo. No sé por qué, pero hay cierta edad en la que a algunos no nos gusta el baño.
Sea como sea, de repente, mi madre abrió la cortina y antes de que pudiera ver lo que tenía en su mano, me dio el primer golpe, de los muchos otros que me daría por haber sido malcriado y haberle hablado con malas palabras a un maestro.
Cuando lo recuerdo, pienso en que mi madre sí sabía cómo sacarle provecho a las cosas. Esperó para que no pudiera salir corriendo, desnudo, mojado y con la guardia baja acorralado en una bañera.
Por mucho que gritara, mi madre no paró hasta que ella quiso. Tremenda pela.
Pero eso no fue todo, después de la pela, vino el castigo. Me envió al cuarto y no podía salir a jugar, también debía pedirle perdón al maestro.
Tal vez te parezca excesivo o incluso un abuso, pero debes recordar que esto sucedió en la década de los 90’s, en un Residencial público. Te dije que las cosas son fuertes en esos lugares y las madres deben hacer eso por el bien de sus hijos.
Ni siquiera recuerdo por qué reaccioné así con el maestro, quien era uno de los que siempre ayudaba en los torneos escolares, con el fin de que aprendiéramos cosas buenas y útiles.
Lo que sí recuerdo, es que, desde ese día, no soy el mismo. También imaginarás que no volví a hablarle mal o ser malcriado con ningún otro maestro. Aprendí bien la lección.
Créeme, aprender algo en ese momento de la vida era difícil. Aquella era la época de cortar clases, escaparse al monte a correr caballo sin frenos, jugar al escondite y todo tipo de locuras. A veces nos topábamos con cosas que, algunos de la escuela superior, hacían a escondidas.
Sabes al tipo de cosas que me refiero. Todo era permitido, posible y a cualquier hora. No había momento en que no aprovechara para jugar y divertirme.
El juego de rescate, tira y tápate era uno de mis favoritos. Mi hermano Luis, a quien le decimos “Bobo” de cariño por ser flaco y rápido, todos lo pedían en sus equipos. También pedían mucho a mis hermanas Damaris y Yari. Ellos tres siempre eran los más veloces.
Siempre veía cómo jugaban, pues, por ser el menor, casi nunca me pedían para jugar. La competencia era fuerte. También había otros con buenos talentos para jugar. Recuerdo que, el hermano de Miguel llamado Carlos y su hermana Elizabeth, eran de los mejores.
Cuando pienso en estos tiempos, muchos nombres vienen a mi mente. Recuerdo a las mejores amigas de mi hermana Yari, Mircha y Xiomara. También recuerdo a Joito y otros más.
Pensar ahora en aquellos días, es como recordar una gran aventura. Cuánto desearía regresar y revivir esos momentos, pero sin las situaciones malas. Regresar y tomar mejores decisiones. Sé que eso es imposible, pero soñar no lo es.
Lo que sí puedo hacer, es tratar de planear mejor las cosas, dejando lo malo atrás. Vivir la vida con propósito y madurez. Tomarme el tiempo para enseñarles sobre la vida a los demás jóvenes.
El tiempo de la niñez y la adolescencia, son momentos en donde ocurren cosas que nos definen como adultos. Cada experiencia, cada éxito, cada error, cada decisión, sea que lo hayamos hecho en la ignorancia o que no nos haya afectado hasta el día de hoy.
Lo bueno es que Dios puede darnos la oportunidad de redefinir y enmendar nuestras vidas, para seguir adelante y vivir lo mejor posible.
El tiempo de la niñez y la juventud es muy bonito e importante, al igual que la adultez y la vejez. Pero esta solo fue una historia de mis primeros en los 90’s, todavía falta más.
Si llegas a olvidar todo, por lo menos me gustaría que recordaras esto: Para crecer y madurar, tenemos que escuchar a los demás, en especial a nuestros padres y a las personas que nos aman.
Para mediados de los 90’s, la seriedad de vivir alrededor de lo que muchos llaman “el Bajo Mundo,” comenzó a ser evidente.
A mi corta edad de 12 años, empecé a vivir cosas que no se las deseo a nadie. No todos mis momentos fueron malos, los mediados de los 90’s también trajeron cosas bonitas. Conocí a Joito, el negro, quien se convertiría en uno de los mejores amigos que he tenido. Incluso, llegó a ser como un padre para mí.
Él era un tirador de droga en el caserío, era muy serio en sus cosas, pero al mismo tiempo, muy amable con todos. Su madre era maravillosa, la quería mucho. Su hermana Misuki era como él, le gustaban todas las cosas del bajo mundo. Sus hermanos mayores Carlanga, Junior y Babillon, donde sea que estén, los llevo en mi corazón.
Pero déjenme contarles algo sobre Joito. Para el tiempo en que nos estábamos conociendo, me daba cuenta de su manera de hacer sus cosas, no solo las personales, sino también las del bajo mundo.
Un día, su mamá le pidió que cambiara un abanico que había en el techo, por uno nuevo. De repente, mientras trabajaba con los cables eléctricos, me dijo: “Wil, ¿quieres ver qué pasa cuando los dos cables se tocan?” No supe ni qué decir.
Hasta que, tomó el destornillador y tocó los cables, haciendo una explosión de chispas. El sonido fue tan fuerte y repentino, que brinqué del susto. Para mi sorpresa, Joito solo se estaba riendo como si nada hubiera pasado.
“No tengas miedo, si no tocas los cables con tus manos, no pasará nada,” me dijo. Pero en mi interior, solo pensaba estará loco, no quiero estar cerca de esos cables.
Recuerdo que su mamá vendía hamburguesas, hot dogs, papas fritas y refrescos. Le ayudé por mucho tiempo, hasta el día en que, por su edad, decidió no hacerlo más.
Durante el tiempo en que estuve con ellos, aprendí a vestirme mejor. También maduré un poco más. Para mi madre todo estaba normal y, hasta cierto punto, lo era.
Él me compraba ropa y zapatos para la escuela, quería que estudiara y no siguiera el mal camino. En ocasiones me prestaba su auto y motora de monte, para que los lavara. Todo parecía bonito y perfecto.
Él se enamoró de Xiomara y se juntó con ella. Todos pensaban que aquel negrito no lo lograría, pero sí lo logró y no fue nada pasajero. Se casaron y hasta tuvieron hijos. Ahora con ella y él juntos, todo era más divertido. Yo me la pasaba ayudándolos.
Un día, uno llamado Garrapata el grande, me quitó mi bicicleta y Joito lo vio todo. Solo me eché a llorar en medio de dos carros que había estacionados. Creo que él estaba en sus negocios de drogas, no lo sé, pero sí recuerdo que llegó hasta donde yo estaba y, con ojos molestos, me preguntó por qué lloraba.
“Me quitaron mi bici,” le contesté. Recuerdo bien lo que dijo: “¿Te dejaste quitar la bicicleta? ¿Qué te pasa? Eres más grande, ¿por qué no peleaste?” “No sé pelear,” le contesté.
Su cara lo decía todo, él no lo podía creer. Pero no me imaginaba lo que Joito iba a hacer. Nunca se me olvidará. Envió a uno de los adictos a buscar a quien me quitó la bicicleta y, cuando llegó, me dijo: “Dale, pelea con él.”
Me sorprendí, pues Garrapata no solo era el hermano de Aracelis, una de las muchachas más lindas de todo el caserío, sino que también sabía algo de boxeo.
Garrapata solo se reía, yo miraba a Joito diciéndole que estaba loco, pero él seguía diciéndome lo mismo y lo mismo: “De aquí no te vas hasta que pelees, o si no, no se te va a quitar ese miedo.”
No hubo escapatoria, terminé peleando. Con lágrimas en los ojos, pero peleé.
Ni yo me lo creo, pero fue un “toma y dame”. Con todo y el miedo, peleé hasta el final. Después de eso, Joito hizo que no pidiera más perdón y nos diéramos la mano. “Ustedes son amigos, aprendan a no pelear por nada. No se quiten las cosas, préstenselas. No es bueno que le quiten nada a nadie por la fuerza,” dijo Joito.
Todavía con lágrimas en mis ojos, tomé mi bicicleta y me fui para mi casa. Como dije, nunca olvidaré ese día. Cada vez que lo recuerdo, me gustaría llamar a Joito y hablarle, para reírnos mucho, pero él ya no está con nosotros. Lo perdí.
Me da dolor no tenerlo, pero también alegría por haberlo conocido. Por medio suyo conocí a otras personas. Uno de ellos fue Edie, llamado Colorado. Gran muchacho. Todos trabajaban juntos en el punto.
Edie tenía una novia en otro pueblo lejos de Trujillo. Me acuerdo de las veces que me llevó en su carro a visitarla. Parecía como si fuera su hermano menor. Lo bueno, era que tenía uno de los mejores equipos de música de todo el lugar.
También le gustaba correr duro, eso me asustaba, pero también lo disfrutaba. Jugábamos pelota, baloncesto y hacíamos compras. En poco tiempo llegamos a ser buenos amigos.
El negro Joito y él, se la pasaban juntos y yo con ellos. Me gustaba cuando corrían motoras, todoterrenos y banchies por los montes y el caserío. Fueron unos buenos años. Pero lo mejor fue que, para aquel entonces, conocí a la chica que se convertiría en mi primera novia.
Lo curioso es que pensé que nunca se fijaría en mí, pero no sé por qué siempre pasa, las buenas experiencias son más difíciles de recordar, que las malas.
Solo era un joven con el sueño de, algún día, jugar baseball a nivel profesional, pero la vida tenía otros planes para mí.
Dios tenía planes mejores, pero, como la mayoría de seres humanos, me empeñé en no prestar atención a sus planes e hice lo que quise, cosechando el sufrimiento de mis propias decisiones. Eso sin contar las experiencias peligrosas que tuve que vivir.
Es mejor aprender a alinearse con los planes de Dios, que vivir a lo loco. ¿Cuántas cosas malas hubiera evitado? No lo sé, pero supongo que muchas. Si hubiera escuchado consejos, sé que estaría mejor.
Aunque ahora no es posible regresar en el tiempo y cambiar lo malo, sí podemos acercarnos a Dios y rodearnos con su plan, para evitar seguir por aquellos caminos que nos hicieron sufrir tanto.
Los años 93 y 94 fueron, sin saberlo, mis últimos años en el Residencial Covadonga de Trujillo Alto.
No sabía que los planes de mi Madre Rosa Iris cambiarían todo lo que pensé conocer, aunque, con las cosas que sé hoy, puedo ver que fue Dios quien cambió las cosas para la familia Feliciano.
Antes de llegar a este punto crucial, ocurrieron varios hechos muy peligrosos que, sin saberlo, me cambiarían la vida. Recordemos que las cosas que vivimos, siempre, de una manera u otra, nos afectan mental o espiritualmente. Antes de continuar, déjame explicarte algo.
Para esta época, Funcho, Indio, Galdy, Pirulo, Nikita, Zurdo, Manuel el Contrero, Guilo y otros más eran quienes, para mí, tenían el control de todo el caserío donde vivía. Ellos, junto al viejo Chino Gafa, eran los más poderosos que tenían el respeto de toda la comunidad.
Las fiestas y los regalos venían por parte de ellos. A nadie le faltaban los regalos en las festividades de Navidad, día de las madres o de los reyes magos. Todos se encargaban de compartir lo que tenían con los más necesitados.
Creo que por eso todos los amaban y se cuidaban entre sí.
Esto fue así por mucho tiempo. Era común verlos hacer carreras de motoras para ver quién era el más rápido. Era muy especial ver a los niños y a los adultos disfrutando de las carreras.
Funchi e Indio eran dos de mis amigos que siempre competían en sus carros. Uno tenía un Camaro nuevo y el otro un Tsansam. Era fácil notar la prosperidad, el poder y el dinero que había en el lugar.
Lo que más me gustaba era que podíamos jugar baseball y baloncesto. Era normal que los adultos nos vieran corriendo de un lado a otro jugando al escondite o al yoyo, siempre gritábamos mucho.
Lo mejor de todo, es que eran juegos sanos y divertidos. Es triste que los jóvenes de hoy se pierdan estas experiencias, solo se la pasan pegados a la tecnología. No saben lo que se pierden.
Los padres también están perdiendo la oportunidad de compartir con sus hijos estas costumbres. Estos juegos son como algunas cosas en la vida, si no se comparten ni se promulgan, desaparecerán de la cultura y de la mente de muchos. Como padres, tenemos la responsabilidad de pasarles buenas costumbres a nuestros hijos.
Aquellos eran buenos tiempos. Aunque, por supuesto, no todo fue bueno.
De vez en cuando, nos despertábamos asustados por los ruidos de las pistolas que disparaban por las noches. Era como si la noche fuera el momento perfecto para hacer daño y pelear por el control del caserío.
Cuando los tiros comenzaban a escucharse, mi madre Rosa nos escondía en la bañera. Ahora que soy adulto, veo una vez más el amor que ella tenía por nosotros. Nos protegía en la bañera y nos mantenía tranquilos.
Al principio, todo esto nos asustaba mucho, pero, con el tiempo, nos acostumbramos. Se me hizo tan normal que, un día a mis 13 años, el ruido de un tiroteo me despertó.
Como si nada, fui a la ventana del cuarto piso y pude ver que un grupo de personas disparaban desde la colina, en la entrada del caserío. Al lado de las escaleras.
Disparaban a otros que estaban más abajo que ellos, en la esquina del edificio donde yo vivía. Todo parecía una escena de película. Fue en ese momento en que me entró el miedo del peligro que todos corríamos.
En cualquier instante podríamos ser impactados por una bala de fuego cruzado. Me quedé frisado, hasta que escuché la voz de mi madre, gritándome que me apartara de la ventana y que nos tiráramos al piso. Pero mis hermanos también querían ver lo que pasaba afuera. Como cualquier niño, no dimensionábamos la gravedad de lo que estaba ocurriendo.
No mucho tiempo después, tendría una experiencia que me demostraría la realidad detrás de toda la guerra por el control.
Funche estaba en su carro Mitsubishi Galant color blanco y fue sorprendido por un grupo de personas enmascaradas y, mientras él hablaba por teléfono, comenzaron a dispararle con sus rifles.
Una vida más perdida por malas decisiones.
Ese mismo día, Indio desapareció y lo encontraron muerto en su auto de lujo. Nadie supo cómo pasó, solo Raúl el gordo, por la misericordia de Dios, logró huir a tiempo de ese mundo. Luego tuve la oportunidad de conocerlo y es un gran hombre, a quien le gusta disfrutar tiempo con su esposa e hijos.
Lo más lamentable es que, después de un rato de tristeza, en especial para los familiares, todo volvió a la normalidad como si nada hubiera ocurrido. Esto pasa mucho en el bajo mundo.
Nada ha cambiado. Uno muere, se llora y rápido se regresa a las fiestas y los regalos.
Mientras más tiempo pasaba, los viejos se hacían más poderosos. Personas como Zurdo, continuaban gobernando desde la cárcel. Nikita seguía siendo uno de los sicarios más temidos. Fredi el bocón, siendo uno de los duros, continuaba gritando todo lo que quisiera.
Muchos otros gánsters se ponían más sólidos en su posición, pero también se estaban levantando nuevas caras. Nuevas generaciones.
Manuel el contrero, preparaba a unos que lo veían como padre. Pirulito también tenía sus seguidores. Yoito el negro, Betillo y Tamarindo son varios de los que recuerdo. Zurdo era como uno de mis familiares. Muchas veces le escuché hablándole a mi hermana Yari. Conozco a su hijo Roland, a quien le decían El Bebo.
Nos llevábamos muy bien. Bebo era el nene de papá, consentido hasta más no poder. Él era admirado por los demás jóvenes, lo tenía todo y no le faltaba nada. Para mí, Bebo llegó a ser como un hermano, mi mejor amigo.
Me quedaba con él en su casa todo el tiempo. En ese momento todo estaba bien y próspero. Disfrutaba mucho cuando veíamos películas juntos. Nuestra favorita era Searface. Pura acción.
Recuerdo un día que nos fuimos a jugar baloncesto en una cancha en una urbanización y algo pasó. No recuerdo mucho, pero sí me acuerdo que terminé peleando con alguien más grande que yo.
Bebo se molestó y quería regresar con un arma para que no fueran abusadores, pero, gracias a Dios, no pasó nada y no regresamos. Al recordarlo me da mucha risa.
Eran tiempos de coffer fourtrack, brincar hasta la urbanización, comprar querepas al otro lado de la calle y muchas cosas más. Bebo pagaba por todo, pues yo no tenía dinero.
Me gustaba verlo jugar baseball en los torneos. Creo que, si hubiera escuchado a su padre y se hubiera quedado jugando pelota, hoy sería un jugador de las grandes ligas, pues era bastante bueno.
Aunque era muy mal criado y se molestaba si alguien intentaba corregirle. Ese era el problema de los jóvenes. En ese tiempo pensamos que lo sabemos todo y que nadie nos puede decir nada. Es por esta razón que tomamos malas decisiones y fracasamos.
El tiempo pasó y nuestros caminos se separaron. Regresé a la normalidad con mi familia. Mi abuelo materno venía y traía muy buena comida y dulces. Nos traía polvorones, donas, coquito, avellanas y otras cosas más.
Cada vez que lo veíamos venir, formábamos una gritería emocionados, pues sabíamos que venía con comida y dinero para nuestra madre. Él era divertido, pero serio al mismo tiempo.
Era un veterano de la guerra en Vietnam. Esta guerra le hizo mucho daño. Casi siempre se la pasaba solo o metido en el Río Piedras, bebiendo y caminando. Cada vez que mi mamá nos llevaba al río, lo veíamos a lo lejos.
Mi mamá siempre nos mantenía lo mejor que podía. En los cumpleaños y las navidades, nunca faltaban los regalos. Ella nos celebraba el cumpleaños a todos juntos, ¿por qué? Imagina celebrar 6 cumpleaños, para mi mamá eso era imposible. No tenía tanto dinero para gastar.
Ella hacía el esfuerzo para que, al menos, todos tuviéramos algo. Todavía recuerdo los tennis de imitación que nos compraba, mi madre siempre los confundía. Pero, sobre todo, recuerdo los tennis con lucecitas.
Qué divertido era todo. Yari, Damaris y Beba siempre tenían peinados únicos. Mi madre siempre nos cuidaba de no tener piojos, pues, quien los tuviera, pasaría una gran vergüenza.
Qué buenos recuerdo, qué rico es cuando nos miman.
De veras que mi madre pasó por muchas situaciones con nosotros. No solo cuando nos portábamos mal, sino también con algo común como la varicela.
Nadie quiere tener varicela o sarampión y peor aún, con seis niños que, en cuestión de tiempo, si uno se contagia, los demás también.
Entrando en la escuela intermedia, en séptimo grado, el estudio me dejó de gustar. Bobo fue más listo y terminó en el salón de ayuda especial. Allí no hacían nada a comparación de un salón normal.
Lo único que me gustaba era cortar clases e irme al parque a jugar briscas. Algunos jugaban castigando al perdedor, pero a mí no me gustaban los azotes que se daban.
Los de los grados más altos se la pasaban en la cancha, haciendo sus cosas. Como niño, no me parecía algo bueno, pero era común ver la besadera y la tocadera que ellos tenían, pues no se escondían.
Lo mejor era escaparnos a la piscina de Rongir, en especial porque entrábamos sin permiso. Tiempo después, llegábamos al punto de comprar galletas, papitas y refrescos.
Hacíamos como una fiesta en una piscina que no era nuestra y, a la cual, no estábamos invitados. La ignorancia es atrevida. Hacíamos esto cada semana como si no fuera nada.
Para este tiempo, mi hermano Luis Leña comenzó a traer pizza de Pizza Hut y otras cosas ricas para comer. También traía dinero. Él ayudaba en la pizzería y empacaba en otra tienda de comida.
Quise tomar su ejemplo y hacer lo mismo. Así que fui a la pizzería y, con el tiempo, poco a poco, le caí bien a uno de los repartidores que llevaban las pizzas casa por casa.
Un día me preguntó si era el hermano de Leña y cuando le dije que sí, me invitó a ir con él. No lo pensé dos veces. Nuestro primer viaje fue a un lugar llamado Venus Garden, el cual es una urbanización cerca de la pizzería.
Desde ese día, Jose me hizo el compañero de entregas de las pizzas. Duró cuatro meses, pero valió la pena.
En aquel entonces, la pizzería hacía competencias de quién podía montar cajas de pizza más rápido. Al que ganaba, le daban una pizza y algo de tomar. Esa era una de las ofertas combo más vendidas.
Fácilmente le agarré el truco y me volví en el más rápido de todos, más rápido que Leña. Bobo tenía un truco que aprendí tarde, pero aún así, él seguía siendo el segundo.
Después de muchas pizzas y entregas, la pizzería cambió de gerencia y ya no pudimos hacerlo más, pues el nuevo gerente no permitía a nadie que no fuera empleado.
Para ese entonces, comenzamos a llamar por una pizza, pero con una dirección falsa y, al no poder vender la pizza al final del día, la regalaban. Esto no duró mucho, pues, con el tiempo, suspendieron las entregas al residencial.
La situación se puso difícil. Mi hermano Luis y yo comenzamos a empacar compras y poco a poco nos dimos a conocer. Gracias a esto, pudimos ayudar a nuestra madre.
Un día que regresaba del trabajo, me pasó algo muy triste. Había hecho 50 dólares y me los guardé en las medias como solía hacerlo.
Cuando salí a botar unas cajas a la parte trasera del supermercado, de repente alguien me tomó por el cuello y comenzó a gritarme que le diera mi dinero. “No te muevas y dame el dinero o te mato, ¿dónde lo tienes?”, me dijo una y otra vez.
Al principio creí que era mentira, pero de inmediato me di cuenta de que no eran bromas y, llorando, le dije dónde tenía el dinero.
Hasta que, de pronto, para mi sorpresa, escuché la voz de alguien que dijo: “¡Oye, suéltalo ahora!”, pude ve que se trataba del oficial Colón, quien trabajaba como guardia de seguridad en la pizzería.
El oficial seguía gritando, mientras le apuntaba con su revólver calibre 38. En ese momento, también pude ver quién era el que me estaba asaltando. Era alguien del caserío llamado Luis Zurdo.
“Solo estamos jugando,” dijo soltándome. El oficial fue como un ángel de Dios y pude darme cuenta de lo que estaba pasando.
Luis era un adicto y ellos muchas veces hacen cosas que no quieren, con tal de intentar conseguir más droga. Nunca olvidaré ese día, ni lo que hizo Colón, siempre fue un hombre que velaba por todos. Él murió en el 2022.
Cuando me enteré, pensé en lo corta que es la vida. Si no la disfrutamos y cuidamos, perderemos el tiempo que nos queda con quienes de verdad importan. Cada acontecimiento nos enseña algo. Si prestamos atención, aprendemos a valorar las oportunidades que Dios nos da.
Colón ya no está y tampoco Luis Zurdo. Este último murió en un accidente en su motora. Fui a su velorio y vi lo mucho que su hermana, una sierva de Dios, sufrió al verlo así. Su hermano Noel no pudo ni verlo, pues estaba preso.
Creo que cada amigo y conocido que tenemos, forma una parte importante en nuestras vidas, sea para bien o sea para mal.
No negaré que los extraño mucho.
Muchas cosas pueden pasar en varios años. Esto solo es una parte de mi vida en la década de los 90’s, pero todavía falta más.
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