El Mundo de Matagato cuenta la gran aventura de cuatro jóvenes que, guiados por la curiosidad, buscan la verdadera razón del exilio de uno de los más grandes magos de todos los tiempos.
Cuando en un mundo lleno de poderes y magia, llega un corazón lleno de envidia y orgullo, suelen pasar las cosas inimaginables. Dos hombres conspiran y planean la acusación más vil que pueda recibir cualquiera. Un gran poder mágico fue hallado hace muchas décadas atrás por unos humildes campesinos, ve- cinos de las personas con la magia más poderosa de la gran ciudad, quienes dieron el poder a cada uno de los habitantes como garantía de que nadie intentaría usarla jamás.
Sin embargo, al pasar el tiempo, todo cambió. La ambición y las ganas de conocer qué clase de poder se obtendría al usar la magia, fue lo que llevó al alcalde y al sargento a planear un robo que afectaría a aquel hombre en quien no confiaban.
Para su suerte, todo salió a su favor, pero ¿podrán ellos ocultar para siempre su maldad o habrá alguien que sepa que lo que hicieron con ese hombre fue una cruel injusticia? Lo averiguaremos en cuanto nos unamos a estos cuatros jóvenes que emprenderán una gran aventura como detectives, buscando a los verdaderos culpables antes de que sea demasiado tarde.
En un rincón muy lejano, cuatro jóvenes cuyas edades eran trece, catorce, quince y dieciséis años, se hallaban en su habitación, la cual se encontraba en lo alto de una vieja y extraña mansión perteneciente a sus padres y abuelos. Observaban atentamente por la ventana lo que sucedía en la Gran Ciudad de los Hombres Poderosos. Le llamaban así porque allí, tanto grandes como pequeños, poseían un poder mágico y, según el don de cada persona, tenían la capacidad de crear cosas especiales para su beneficio.
En aquellos días se disfrutaba de mucha paz y alegría, pero algo inusual estaba sucediendo. Dichos jóvenes no lograban entender por qué una gran multitud de personas con poderes mágicos, arrancaban de raíz un gran castillo que pertenecía a un hombre muy extraño.
Aquel hombre intentaba hablar con la multitud acerca del error que estaban cometiendo, ya que él no era el culpable de la desaparición de la magia escondida, un poder que le pertenecía a todos los habitantes de la ciudad; pero, entre tanto alboroto, sus argumentos no eran escuchados. De un momento a otro, el gran castillo se comenzó a levantar poco a poco por los aires y su dueño, al darse cuenta de que ya no podía hacer nada por detenerlos, dijo:
—No lo hagan, soy la única persona que los puede ayudar a encontrar los verdaderos culpables y si no me escuchan, sufrirán las consecuencias.
Una vez mencionó esas palabras, brotaron lágrimas de su rostro mientras su hogar se alejaba de la gran ciudad que tanto amaba y que lo vio nacer; se entristeció aún más e inclinando su cabeza, entró en el castillo.
Los cuatro jóvenes continuaban observando desde lejos, lucían bastante sorprendidos por lo sucedido. Mientras notaban cómo el poder mágico de todos los habitantes, alejaba el gran castillo a un lugar muy alto del bosque, no imaginaban lo que iba a acontecer después.
El hombre y su castillo fueron llevados a la montaña maldita. Cuando los dejaron allí, se escuchó una fuerte explosión. Los muchachos vieron cómo el poder mágico regresaba a cada una de las personas que lo poseían.
Cuando todo terminó, la multitud que fue partícipe del daño. Poco a poco fueron aturdidos por sus pensamientos, se les veía reflexivos y confundidos por lo que habían hecho, pues en realidad no sabían si había sido lo correcto o no.
Luego de un tiempo, comenzaron a retirarse a sus hogares, mientras algunos hablaban en el camino. Otros simplemente miraban hacia atrás, a la espera de lo que podría suceder con aquel hombre.
Los cuatro chicos, quienes continuaban en su habitación, se sentían tristes por lo que habían visto. Era hora de irse a la cama, cuando uno de ellos tuvo curiosidad y quiso observar una vez más por la ventana, para su sorpresa un destello de luz captó su atención. Se acercó más y pudo ver que dos personas se enfrentaban entre ellas usando sus poderes mágicos, no sabía qué pensar y se sentía un poco dudoso por lo que veía, así que decidió mostrárselo a su hermana Dritt.
—Dritt, hermana, ven a ver esto —la llamó en voz baja.
—¿Qué es lo que pasa, hermano? —preguntó Dritt somnolienta—. Por favor, vamos a dormir ya.
—No, no, ven y mira esto, algo raro está ocurriendo allí con esas dos personas, parece como si estuvieran peleando — señaló Bleik.
Dritt, siendo la más inteligente, observó atentamente a su hermano con una mirada penetrante, advirtiéndole que no le hiciera perder su tiempo, pero quiso creer en él y asomándose por la ventana, observó atentamente a aquellas personas que discutían. Para ver mejor, se puso sus anteojos y se dio cuenta de que algo muy extraño estaba sucediendo allí.
Ambos comenzaron a murmurar entre ellos, provocando que sus otros dos compañeros despertaran y se levantaran con caras cansadas.
—¿Qué es lo que pasa con ustedes dos? —preguntó Yeriel—. ¿Por qué siguen despiertos y murmuran tanto?
Bleik, haciendo una señal de silencio a sus compañeros, les pidió que se acercaran a la ventana y observaran por ellos mismos. Yeriel y su hermana Xionelis se asomaron y divisaron la discusión.
—Pero, ¿no se había ido todo el mundo a sus casas? ¿Qué hacen estos dos aún ahí y por qué están usando sus poderes?
—preguntó Yeriel un poco más despierto.
—Esa es mi pregunta también —dijo Bleik, quien se quedó un rato pensativo y luego agregó—: Cuando nos fuimos a acostar, me volví a levantar para mirar por la ventana y revisar que todo estuviera bien, pero cuando regresé a la cama, un destello brillante que provenía de afuera despertó mi curiosidad. Poco a poco levanté mi cabeza y vi cómo dos rayos de luz se peleaban. Luego me levanté de la cama nuevamente, me di cuenta de que esas dos personas usaban sus poderes mágicos y pensé
«algo raro está pasando».
Yeriel, mientras escuchaba atentamente lo que Bleik decía, seguía observando a las dos personas que continuaban peleando. Finalmente terminaron su discusión y se alejaron el uno del otro, yéndose por distintas direcciones.
—Creo que ya se fueron, no los veo más o tal vez haya sido nuestra imaginación, volvamos a dormir —sugirió Yeriel obser- vando a sus compañeros.
Volvió a su cama con una expresión de confusión en el rostro, trataba de olvidar lo que había visto.
—Parece que todo fue una pequeña confusión amigos, no creo que haya sido una pelea real —dijo Xionelis a los dos hermanos.
Pero Bleik, que había estado muy atento a todo, se molestó un poco y les dijo:
—Lo que acabamos de ver no es para nada una confusión, aquí algo anda mal y nosotros lo hemos visto. ¿Cómo es que después de que sacan de mala manera a un hombre junto a su hogar y lo llevan a un lugar lejano y maldito, aparecen estas dos personas peleando como si uno de ellos estuviera reclamándole algo al otro? No, esto no es normal, aquí está pasando algo y tenemos que averiguarlo.
—¿Averiguar dijiste, Bleik? ¿acaso nosotros somos los guar- dianes de esta ciudad? No, conmigo no cuentes, esto es una locura —dijo Xionelis.
Hubo un pequeño silencio hasta que se oyó a Yeriel decir:
—Conmigo sí puedes contar, porque te creo y no podré vivir tranquilo sin saber la razón de todo lo que acabamos de ver. Sé que, si lo hacemos bien y lo investigamos, lograremos descubrirlo.
Dritt, sonriendo por la valentía de su amigo, le dijo a su hermano:
—Creo que tú y yo estamos de acuerdo con Yeriel, hagá- moslo, y tú Xionelis, si no deseas ser parte de esta aventura, te entenderemos ¿está bien? Así que amigos, a descansar, que mañana tendremos mucho que hacer.
—Buena idea, descansemos porque la verdad muero de sueño, fue una noche muy larga —dijo Yeriel.
Mientras cada uno se acomodaba en su cama, meditaban en sus corazones dentro de la oscura habitación. Después de un rato se escuchó a Xionelis en voz baja:
—Amigos, tengo un poco de miedo ¿puedo encender la luz?
—Seguro que sí amiga, sabes que eres libre de hacer lo que desees —contestó Bleik después de un corto silencio.
—Gracias amigo.
Xionelis, desde su cama, con el poder mágico que salía de sus dedos, recitó unas palabras en un idioma extraño, provocando que tres pequeñas lucecitas volaran hacia un hermoso candelabro que había en lo alto de su habitación.
Yeriel observaba lo que Xionelis hacía, vio el candelabro encenderse y sonrío al ver la habitación iluminarse un poco.
—Amigos ¿ustedes creen que me puedan perdonar? —preguntó Xionelis un poco más tranquila
—Claro que sí Xionelis, eres parte del equipo, somos una familia —contestó Dritt.
—Perdónenme, pero si no es mucho pedir, deseo ser parte de la investigación de lo que hemos visto hoy —dijo Xionelis volviendo a hablar, esta vez sin temor.
Cuando ella dijo esas palabras, lo único que se escuchaba en la habitación era el zumbido de una mosca que los cuatro jóvenes observaban atentamente. Al no obtener ninguna res- puesta por parte de sus amigos, la joven se entristeció y se tapó con su sábana, ya que no quería que la vieran triste. Al minuto, se oyó a Yeriel decir sorprendido:
—Hermanita, sabes que te amo mucho, aunque a veces eres muy testaruda, por mí estás dentro, pero recuerda que la decisión también es de ellos.
Xionelis se llenó de alegría al escuchar la respuesta de su hermano, aunque permaneció escondida en sus sábanas, pues aún deseaba escuchar la respuesta de sus otros dos compañeros.
—Por mí también estás adentro, amiga —dijo Dritt.
Xionelis sonrió aún más por las buenas respuestas que había obtenido de su hermano y Dritt, sabía que la decisión final era la de su amigo Bleik, como se tardaba mucho en responder, la joven pensó:
«Ya entiendo, no soy lo suficientemente valiente para ser parte de esta gran investigación, es verdad, está bien, los entiendo».
Abrigándose, volteó su cuerpo para el otro lado de la cama y comenzó a llorar, cuando de repente Bleik dijo en voz alta:
—Está bien, está bien, ya entendí el mensaje, solo quería ver cómo reaccionaría ella a todo esto —confesó—, lo sé, sé que no es justo, lo siento. Xionelis, sabes que eres parte de esta gran aventura de investigación, quisiera que siempre fueras parte de ella, ¿está bien? Ahora descansemos, buenas noches.
Xionelis, muy emocionada por lo que acababa de escuchar, dio un brinco de su cama y se dirigió a cada uno de sus compañeros de cuarto.
—Gracias, gracias, no los voy a volver a defraudar, lo prometo —dijo con entusiasmo mientras los abrazaba y besaba en la mejilla—. Sí, mañana será un largo día, descansemos —añadió volviendo a su cama muy sonriente.
Todos lucían contentos mientras se esforzaban por dormir.
—Hermanita, creo que nos debes un helado a los tres. —le dijo Yeriel a su hermana después de un rato.
—¡Eso no estaba en el trato! —protestó Xionelis—. Qué listo eres.
—No, pero ahora sí, tú pagarás los helados.
Xionelis un poco aturdida por el comentario de su hermano, sacudió la cabeza para poder dormir y pensó: «Mi hermano siempre se aprovecha de mí».
Finalmente, los cuatro chicos se durmieron, ansiosos de empezar esta nueva aventura.
En la mañana toda la ciudad estaba neblinosa, pero eso no fue impedimento para que los cuatro jóvenes salieran de la grande y hermosa mansión donde vivían. Al partir, Xionelis saludó al guardia que se encontraba en la puerta y le sonrió, arrojando un pedazo de chicle en el piso. Se veía extraña. Acelerando sus pasos, logró alcanzar a sus compañeros que iban delante de ella.
—Está bien, aquí vamos, en busca de respuestas —dijo contenta una vez que los alcanzó—. Pero, ¿por dónde comenzamos? —preguntó.
—Xionelis, no nos apresuremos —respondió Bleik—, dejemos que todo se nos dé conforme vamos investigando y luego, cuando sepamos más, planearemos todo lo que hay que hacer, pero mientras tanto, solo sigamos la investigación.
Cuando dijo eso, frente a ellos apareció un anciano muy alto que se les quedó observando fijamente. Los cuatro jóvenes se asustaron y le pasaron por un lado rápidamente, ya que no se quería mover, pero Bleik, atento a lo que estaban diciendo, pensó:
«Las cosas son muy extrañas y tenemos que estar muy alertas».
Los cuatro valientes amigos lucían muy presentables, cada uno tenía un estilo algo extraño, parecían grandes detectives de la antigüedad, pero lo más raro eran sus gafas de diferentes tamaños, que usaban para ver pistas que nadie más podría ver ni imaginar que estuvieran allí.
Lo primero que decidieron hacer fue observar cada rincón de la gran ciudad. Para lograr tener una buena vista de todos sus alrededores, iniciaron su recorrido por las famosas fuentes de agua que brotaban de los altos edificios. De estas a su vez brotaban siete diferentes canales que corrían por el suelo, co- nectándose entre sí, supliendo así las necesidades de cada uno de los ciudadanos.
Mientras los jóvenes admiraban la hermosa ciudad, también se fijaban que, entre los balcones de cada apartamento y cada casa, había diferentes tipos de agua, algunas muy extrañas que no conocían y que emitían distintos ruidos. Entre tanto seguían caminando, se sintieron un poco cansados ya que, en ocasiones, debían subir y bajar cuestas.
Después de un rato se detuvieron en un callejón para descansar, se miraron el uno al otro con ganas de rendirse, cuando de repente una explosión los sorprendió, se asustaron mucho y miraron hacia todas partes, pero no vieron nada, solo a un gato, el cual salió brincando de uno de los apartamentos de un edificio cercano.
—Vamos a ver qué pasó, algo extraño está ocurriendo en ese lugar —les dijo Yeriel a sus compañeros.
—No hermano, no debemos acercarnos —advirtió Xionelis—, debe ser peligroso, no sabemos de quién se trata.
Dritt observaba atentamente el apartamento de donde había salido aquel gato asustado, sabía que algo raro estaba ocurriendo en ese lugar
—Creo que debemos hacer lo que dice Yeriel, tenemos que averiguar lo que pasa allí —opinó.
—Bueno, hagamos una votación y la mayoría decide qué se hará —propuso Bleik sonriendo—. ¿Está bien?
—Está bien —asintieron todos.
—¿Cuántos quieren que vayamos a ver lo que pasa allí? — preguntó Dritt.
Todos levantaron su mano al mismo tiempo, excepto Xionelis, pero no tuvo otra opción más que decirles:
—Está bien, vayamos a ver, pero con mucho cuidado ¿de acuerdo?
—Así será, recuerden que somos un grupo de expertos en investigación nacional y que este misterio lo descubriremos, o de lo contrario, no ejerceremos más nuestro talento —les dijo Bleik.
Comenzaron a caminar lentamente luciendo muy sospechosos. Cuando llegaron a la entrada del edificio, se dieron cuenta de que había un guardia que permitía el ingreso a las personas.
—No lo lograremos, mejor vámonos —sugirió Xionelis al fijarse en ese pequeño problema.
Yeriel, deseando entrar, ignoró a su hermana y le ordenó a Dritt:
—Ve hasta donde está el guardia y míralo con ojos tristes, cuando veas que se está compadeciendo de ti, ponte a llorar y cuando se acerque más, tírate al suelo y llora fuertemente mientras que nosotros entramos. Luego él te preguntará si puede ayudarte, le dirás que necesitas agua y cuando se vaya a buscarla, correrás rápidamente hacia nosotros que estaremos esperándote; así lograremos entrar ¿de acuerdo?
Dritt aceptó, mientras se dirigía a donde estaba el guardia, observaba a sus compañeros, quienes estaban muy nerviosos por lo que iban a hacer, pero la animaron, pues eso los ayudaría con la investigación. Cuando finalmente llegó a la entrada, miró al guardia, quien tenía grandes ojos y junto con sus anteojos, lo hacían lucir muy agradable; sus orejas eran muy ex- trañas, Dritt podía observar que salían de ellas salían con unas pequeñas arañitas que caminaban sin preocupación.
—¿En qué la puedo ayudar jovencita? ¿Busca a alguien? — preguntó el hombre al verla muy nerviosa.
Dritt, sabiendo lo que debía de hacer, puso una expresión triste en su rostro y cuando notó que el plan estaba funcionando, comenzó a llorar. Mientras lo hacía, se percató de que el guardia se estaba compadeciendo de ella. Al notar que el hombre se acercaba, comenzó a llorar más fuerte.
—Aaah, aaaah, aaah, ¡me duele! —gritó dejándose caer al suelo.
Al ver que el guardia se acercaba a su amiga para ayudarla, sus compañeros corrieron rápidamente hasta llegar a la escalera que los conducía al segundo piso del edificio. Dritt vio que sus amigos habían logrado entrar sin ser vistos y continuando con su actuación, prestó atención a lo que el guardia le decía:
—Pero niña, tranquila. ¿Qué es lo que te pasa? —preguntó.
—Mi estómago, me duele y no sé por qué —le dijo Dritt.
—¿Tu estómago? —preguntó el oficial.
—Sí, eso mismo.
—Pues yo tengo laxantes aquí.
—No, no, no, eso no.
—Pero para eso es, el laxante ayuda al dolor de estómago.
—Sí, pero para mí no, creo que eso es muy malo y no siento que sea una buena idea.
—Pero si te lo tomas te sentirás mejor, ¿por qué los niños y niñas no saben cómo comportarse? Parece que se mandan solos, esto te hará sentir muy bien —le aseguró el oficial.
—Dije que no quiero —insistió Dritt—. ¿Por qué será que no nos oyen?
—¿Sabes qué? Yo oigo y veo, pero ustedes los jóvenes piensan que se las saben todas, así que tómate eso mientras te traigo un poco de agua, ¿está bien? Y no quiero más quejas, ahora ven
—le indicó el oficial.
Dritt, esperando que el guardia la dejara sola, divisó a sus compañeros observándola.
—¿Qué le estará pasando? ¿Por qué no viene ya? —preguntó Bleik
—Creo que está pensando qué hacer —sugirió Xionelis.
—No, está nerviosa —aseguró Yeriel.
—Yo creo que el guardia se dio cuenta y la va a arrestar — dijo Bleik.
Viendo que su hermana todavía estaba en el suelo, Bleik se decía a sí mismo:
«Levántate hermana, levántate»
Dritt vio al guardia buscando un vaso con agua en un pequeño almacén cerca de la entrada del edificio y al notar la oportunidad, se levantó del suelo y se dirigió hacia la escalera de emergencia donde la esperaban sus compañeros. Cuando llegó, la recibieron muy alegres.
—¡Wow, amiga, lo lograste! —exclamó Yeriel
—. ¡Lo hiciste súper bien!
—Amiga, jamás te había visto tan segura como hoy, lo hiciste bien —la felicitó Xionelis.
—¡Bien hecho hermana! Sigamos hacia adelante —indicó Bleik.
Los cuatro amigos lucían como unos grandes detectives. Subieron las escaleras que los llevarían hasta el segundo piso, de donde vieron que había salido el gato.
El guardia, al regresar al lugar donde había dejado a Dritt, se dio cuenta de que ya no estaba allí y pensó:
«¿Dónde estará la niña? ¿Habrá sido una pequeña ilusión de las que me pasan a veces? Mmm, no lo sé… seguiré trabajando».
Sonriendo consigo mismo, regresó al asiento que tenía en el escritorio y abriendo una de sus revistas, dijo:
—Un día como hoy es bueno ver algo de farándula.
Cuando los jóvenes llegaron al segundo piso, fueron puerta por puerta escuchando atentamente, por si lograban oír algo que les diera una pista de cuál apartamento era el que debían investigar. Cada uno de ellos escuchó detenidamente todos los apartamentos y ninguno les pareció sospechoso. Solo faltaban las dos puertas del fondo del pasillo por revisar.
Xionelis y Bleik se acercaron detenidamente a una de ellas y Yeriel y Dritt a la otra, no oían nada sospechoso, hasta que de repente, después de varios segundos, se percibió algo raro en el apartamento donde estaban Yeriel y Dritt, ambos se alejaron de la puerta asustados dando un pequeño grito que alertó a Xionelis y a Bleik.
—¿Qué pasó? ¿Encontraron algo? —preguntaron.
—Creo que lo hemos hallado —contestó Yeriel todavía aterrado—. Es aquí, se escuchan cosas raras, vengan, acerquémonos.
Los dos niños pegaron la oreja en la parte de arriba de la puerta y las dos niñas en la parte de abajo. Ruidos muy extraños y pequeñas explosiones que los asustaban un poco, provenían de allí dentro y de repente percibieron una voz:
—Lo logré, ahora todos me tendrán que obedecer.
Se trataba de un hombre llamado Paulino, quien reía malvadamente por haber creado su antídoto de poder. Dio vueltas haciendo un baile extraño, celebrando junto a unos pájaros que volaban alrededor de su apartamento. Paulino era un hombre muy peculiar, su rostro era alargado y sus ojos pequeños, tenía un bigote muy grande y piernas delgadas, pero sus brazos eran gruesos y su sonrisa muy aterradora. Él era el responsable de que la gran ciudad fuera un lugar seguro para todos los ciudadanos.
Los cuatro amigos intentaban observar lo que aquel hombre hacía con su invento, pero no lograban ver a detalle de qué se trataba. Paulino, temeroso de que su creación fuera descubierta, la guardó en un lugar seguro dentro de una caja de metal que, al cerrarla, era rodeada por serpientes venenosas para que ningún extraño intentara abrirla.
Los cuatro jóvenes estaban asombrados, acababan de descubrir que Paulino era un mentiroso y un ladrón, pues lo que le habían hecho a aquel hombre el día anterior, condenándolo a irse y ubicándolo en la cima de una gran montaña, era una injusticia, porque el antídoto del poder de la magia escondida que los ciudadanos buscaban, estaba en manos de Paulino, el alcalde de la gran ciudad.
Salió contento de su habitación vistiéndose, para llegar temprano al evento que había en honor a él y a los demás líderes del pueblo. Cuando terminó, tomó una carta que estaba sobre el sofá, la cual tenía adentro una invitación y la miró con atención.
—Hoy será un gran día, disfrutémoslo —murmuró con una sonrisa en su rostro.
Luego salió de su apartamento con su compañero de cuarto, un pequeño gato peculiar, tal como él.
Cuando por fin se fue, los cuatro amigos salieron asustados de su escondite, un gran armario ubicado en la entrada del apartamento.
Entraron y observaron atentamente todas las cosas que ha- bía allí. Xionelis vio un pequeño objeto de extraña apariencia en forma de torbellino. Lo tocó y comenzó a dar vueltas lenta- mente, asustándola y ocasionando que diera un pequeño grito.
—¡Miren, no sé por qué comenzó a moverse! —avisó.
—¿Qué fue lo que hiciste para que comenzara a dar vueltas? —preguntó Bleik viendo lo que ocurría.
—No lo sé, nada más lo toqué un poco —explicó Xionelis.
—¿Solo eso? ¿Lo tocaste y ya?
—Sí, solo eso.
Mientras veían aquel torbellino dar vueltas, buscaban cómo lograr detenerlo para que no sospecharan que alguien había estado allí. Dritt, por plena curiosidad, decidió volver a tocarlo, Bleik la iba a detener porque se asustó pensando que algo malo le iba a ocurrir, pero para sorpresa de todos, el pequeño torbellino se detuvo lentamente.
—No toquemos nada más —indicó Bleik cuando todos se tranquilizaron—, no sabemos qué pueda suceder al hacerlo y no queremos llevarnos otra sorpresa como la que acabamos de vivir; mejor mantengámonos lejos, solo investigando lo que sea necesario para ayudar a aquel hombre que culparon injustamente, ¿entendido?
Estando todos de acuerdo, empezaron a investigar cada rincón del apartamento buscando una buena evidencia en contra de Paulino, el verdadero ladrón de la magia escondida. El lugar donde él la había dejado estaba muy protegido, pero algo bueno encontró Yeriel en una esquina del balcón. Había un bolso con un disfraz que parecía que Paulino tenía listo para botar a la basura, Yeriel lo tomó entre sus manos y se dirigió a la sala donde estaban sus compañeros:
—Vengan, amigos, miren lo que encontré —les llamó.
—¿Qué es eso? —preguntó Xionelis cuando se acercaron.
—No sé, pero averigüémoslo.
Yeriel comenzó a sacar las cosas que había dentro del bolso.
—Eso parece un disfraz muy real —comentó Bleik al verlo.
—Se parece a alguien —agregó Dritt.
—Qué raro, ¿por qué tendría Paulino un disfraz tan real? Mientras meditaban la situación, escucharon a Paulino tratando de abrir la puerta del apartamento. Los cuatro amigos asustados, se volvieron a esconder en el mismo lugar en el que habían estado antes. Paulino entró y mientras cerraba la puerta, se dirigió al balcón y decía para sí mismo:
—Pero ¿cómo pude olvidarlo? Creo que me están dando episodios de olvido, porque ya no recuerdo si hice algo o no. A ver si está por aquí.
Mientras lo oían hablar, se dieron cuenta de que lo que buscaba era el bolso que contenía el disfraz.
—Creo que está buscando lo que tenemos —susurro Yeriel a sus amigos.
—Así es y luce desesperado por encontrarlo —agregó Dritt.
—¿Será que debemos arrojarlo?
—Hagámoslo cerca del balcón, porque seguro que no sé irá de aquí si no lo encuentra —sugirió Xionelis.
—Pero no podemos hacer eso, es la evidencia que tenemos para demostrar la inocencia de aquel hombre —replicó Bleik—. ¡Tengo una idea!
—¿Cuál? —preguntó Dritt.
—Hagamos lo que dijo Yeriel, arrojemos el bolso para que lo encuentre y se vaya, después lo seguiremos hasta el lugar donde se deshaga del bolso, así lo tomamos y lograremos desenmascararlo —explicó Bleik.
—Me parece una buena idea. Dámelo, yo lo lanzaré — ofreció Xionelis.
Tomó el bolso en sus manos y miró atentamente a Paulino, esperando la oportunidad de lanzarlo sin que se diera cuenta. Cuando el hombre se agachó a ver si lo que buscaba estaba en uno de los armarios, Xionelis se propuso, con su poder mágico, mover los obstáculos que había en el camino. Finalmente lanzó el bolso que, para sorpresa de ellos, cayó justo antes de que Paulino se volteara. Se quedó un poco pensativo, lo que preocupó mucho a los jóvenes, pues temían ser descubiertos, pero después de varios segundos el alcalde sonrió.
—¿Ves? Yo sabía, no estoy tan loco como pensé, creo que solo estoy un poco ciego, eso es —dijo para sí mismo.
Tomó el bolso y salió del apartamento, dirigiéndose una vez más al gran evento en honor a él y los otros líderes de la ciudad.
Los jóvenes salieron rápidamente detrás suyo, lo siguieron de lejos hasta que Paulino tomó el ascensor y ellos tuvieron que irse por las escaleras. Bajaron con gran agilidad y al llegar al último escalón, se acercaron a la puerta de emergencia, la abrieron con cuidado para no ser descubiertos y desde allí vieron las puertas del ascensor abrirse para que Paulino pudiera salir con el bolso en mano y el pequeño gato en el hombro, caminando hacia la entrada del edificio. Mientras abría la puerta eléctrica, el guardia de vigilancia que trabajaba en el lobby le llamó y le dijo:
—Señor Paulino, ¿cómo está usted? Es un placer poder saludarlo ¿cómo se encuentra en este gran día?
—Otra vez viene a interrumpirme, no se cansa —se quejó Paulino en voz baja.
—Señor, me parece que tiene prisa, pero no le quito mucho tiempo, deseo expresarle mis mejores deseos para las elecciones de fin de año, espero que sea el ganador nuevamente —expresó el guardia.
—Gracias amigo, es un placer saber que hay personas como tú en este lugar —le dijo Paulino.
—No se preocupe, cuente con mi voto, como siempre, ya sabe… los regalitos que usted me da son muy necesarios —rio el guardia.
A Paulino no le agradó el comentario, le dio una sonrisa de mal gusto y dijo:
—Seguro, para eso estamos, para ayudar al pueblo. Lo dejo, porque si no llego tarde al evento.
—Sí, sí, vaya con cuidado y disfrútelo —se despidió el oficial.
El guardia, mientras sostenía la puerta y veía a Paulino montarse en su carroza, lo saludaba con su mano derecha, sonriendo y diciendo para sí:
«Eres todo un farsante, querido alcalde». Cuando el chofer cerró la puerta, Paulino le dijo:
—Por favor, vámonos de este lugar, porque no quiero que otra persona inepta como este guardia me hable.
Una vez dicho esto, su chofer arrancó.
Los jóvenes, viendo una oportunidad de salir, caminaron lentamente a la salida, pues el guardia parecía muy ocupado. Cuando por fin lograron salir sin ser vistos, se sintieron más tranquilos, ahora solo buscaban la manera de encontrar a los responsables de la injusticia de aquel hombre que habían saca- do de la Gran Ciudad. De repente, el guardia los observó y se dio cuenta que la jovencita a la que buscaba hace un rato estaba frente a él, se acercó a ellos y dirigiéndose a la niña le dijo:
—Oye jovencita, ¿tú no eres la que estaba enferma en la entrada del edificio?
—No oficial, debe estar confundido —le aseguró Xionelis.
—No, confundido no, eres esa jovencita, ¿por qué ahora luces bien?
—No señor, debe estar alucinando —Xionelis siguió insistiendo.
—No, eso jamás, eres la que estaba enferma, ¿qué era lo que realmente querías?
Los cuatro jóvenes asustados no sabían qué hacer, si salir corriendo o esperar a ver qué pasaría. De repente el guardia, que lucía muy confundido, dijo:
—Ya sé, eres una de las jovencitas que están ensayando para el próximo casting de actores que habrá la semana que viene,
¿verdad? La gran competencia del estadio Brucou.
—Sí, eso es.
—Wow, pero que buena eres, me lo creí todo, creo que ganarás, de mi parte tendrás un voto.
Mientras el guardia le sonreía, los jóvenes sorprendidos se miraron el uno al otro y Dritt, haciéndole gestos a Xionelis, le dijo en voz baja:
—Síguele la corriente, dile algo, ¡vamos! Entonces Xionelis reaccionó y dijo:
—Ahh sí sí, es cierto, ¿lo hice bien verdad? Todo era parte de una actuación.
—Sí amiga, lo hiciste bien, ¡hasta el guardia te creyó! —exclamó Bleik.
—Wow, que bueno es saber eso —agregó Yeriel.
Yeriel, pensando lo que el guardia dijo sobre el estadio Brucou, recordó que no era ningún estadio, sino el lugar donde arrojaban a los prisioneros de la Gran Ciudad y volviendo en sí, se acercó a su amigo Bleik.
—Amigo, creo que estamos en problemas —le dijo.
—¿Por qué dices eso? ¿No ves que se lo creyó todo?
—No, es mentira, está fingiendo, mira sus ojos. El lugar del que está hablando no es ningún estadio, es a donde llevan a los prisioneros de la Gran Ciudad.
—¿Cómo?
—Sí, así mismo, nos está engañando, avisemos a las muchachas antes de que nos atrapen.
—Sí, alejemos a nuestras hermanas de él.
Yeriel y Bleik se acercaron a sus hermanas, buscando la oportunidad de avisarles lo que el guardia estaba tratando de hacer. El hombre fingía estar contento y hasta que le pidió un autógrafo a Xionelis para lograr atraparlas, hasta que se vio la molestia en su rostro y sacó lentamente de su bolsillo dos espo- sas mágicas para arrestarlas.
«Estas jovencitas mentirosas creen que soy estúpido, verán lo que es ser un buen guardia», pensó.
Cuando Xionelis firmaba la tarjeta que le tendía, sigilosamente trató de ponerle las esposas, pero fue interrumpido por Yeriel y Bleik, quienes tomaron a sus hermanas por los brazos, las jalaron fuertemente evitando que las arrestara y comenzaron a correr para lograr escapar del guardia.
—¿Qué pasa? ¿Por qué hacen esto? —preguntaron Xionelis y Dritt confundidas.
—No hay tiempo para explicar, solo corran —dijo Yeriel.
Corrían y corrían mientras el guardia los observaba alejarse, quien, guardando sus esposas mágicas, dijo para sí:
«Pensé que la tenía, estos jovencitos de ahora son muy inteligentes, sí, me equivoqué, qué mala suerte».
Luego se propuso volver a su área de trabajo, entró al edificio y continuó con su labor.
Los jóvenes siguieron corriendo hasta que no pudieron más y se detuvieron en uno de los callejones a intentar recuperar el aliento.
—Oh dios mío, creo que ahora sí estamos a salvo —dijo Bleik después de unos segundos.
—Pero si todo estaba bien, yo estaba dándole un autógrafo al guardia, ¿verdad amiga? —dijo Xionelis viendo a Dritt.
—Sí, es cierto, el oficial estaba loco con su actuación — confirmó su amiga.
—Ay hermanita, el estadio del que él estaba hablando no es nada menos que el lugar a donde llevan a los presos de la Gran Ciudad —explicó Yeriel—, por eso lo dijo, estaba mintiendo para lograr confundirnos y atraparnos. Lo bueno es que Bleik y yo nos dimos cuenta de lo que estaba pasando y supimos la verdadera intención de aquel oficial a tiempo para rescatarlas, sino ahora mismo estaríamos en ese horrible lugar y nuestra misión se habría venido abajo.
—Es cierto, Yeriel tiene razón —confirmó Bleik
—Entonces, ¿lo de mi actuación no era cierto? ¿No logré impresionarlo? —preguntó Xionelis desanimada.
—No hermanita, eso nunca sucedió, pero lo que sí sucedió es que lo que hiciste, lo hiciste bien, lo confundiste, pudimos hacer la investigación y ahora tenemos la primera pista —la animó Yeriel.
—Así es amiga, eso es lo que importa —dijo Bleik.
Dritt, triste por la noticia de no haber logrado actuar bien, se quedó pensativa.
—No te preocupes amiga —la tranquilizó Xionelis—, aunque actúes mal, lograste impresionarlo. Ven acá y celebremos esto juntos, eso es.
Dritt la abrazó y ambas sonrieron.
—Ahora vámonos, tenemos que encontrar a Paulino antes de que se deshaga del bolso —les recordó Bleik
—Vamos por los callejones —sugirió Yeriel—, así lograremos alcanzarlo más rápido.
—Bien dicho, corramos antes de que llegue —dijo Xionelis.
El gran evento preparado para Paulino y sus compañeros lucía espectacular. Había fuegos artificiales por todas partes, el lugar era muy grande y hermoso y la llegada de los invitados era increíble, las carrozas y sus caballos eran sorprendentemen- te grandes.
Los jóvenes habían logrado alcanzar la carroza donde viajaba el alcalde del pueblo, estaban cansados, tanto ellos como sus instrumentos especiales de investigadores se habían empapado de sudor. Muy atentos a la carroza de Paulino, se percataron de que se detenía en un lugar llamado Los Desperdicios.
—Miren, se detuvo —observó Dritt.
—¿Qué será ese lugar? —preguntó Xionelis
—Vamos a movernos un poco más adelante y lo sabremos—sugirió Bleik—, se ve muy extraño.
Los cuatro jóvenes, avanzando hacia adelante lentamente, llegaron al lugar cerca de donde estaba Paulino. Cuando se detuvieron, vieron al alcalde bajarse de su carroza y lanzar el bolso que tenía en sus manos dentro de un gran bote de basura que había cerca, al hacerlo se sacudió las manos.
—Ya está, todo terminó, pronto todos me tendrán que respetar —murmuró sonriendo.
Luego se montó en su carroza nuevamente y le ordenó al chofer avanzar, se veía muy contento.
Cuando los cuatro amigos vieron que la carroza se fue, caminaron rápidamente, pero con precaución, ya que el lugar en donde estaba el gran bote de basura lucía muy tenebroso. Al llegar, miraron hacia todas partes para asegurarse que no había nada sospechoso.
—Tenemos que hacer esto lo más rápido posible para poder hallar esa bolsa misteriosa. —les dijo Bleik a sus compañeros
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Xionelis—. Este basurero es muy grande.
—Los cuatro entraremos, Yeriel y yo tomaremos la parte del medio del vagón y verificaremos si hay rastro de la bolsa
—indicó Bleik.
—¿Y nosotras qué haremos? —preguntó Dritt.
—Ustedes dos verificarán las partes finales del vagón, es decir, cada una tomará una esquina: Xionelis la del lado izquierdo y Dritt el derecho, así lograremos hallar lo que buscamos más rápido.
—¿Qué? ¡Yo no me meteré allí dentro! —exclamó Xionelis—, es asqueroso y apesta mucho.
—Bueno, ya saben lo que tienen que hacer, manos a la obra
—dijo Bleik ignorándola.
—Pero yo dije…
Cuando Xionelis iba a terminar de hablar, Yeriel, Bleik y Dritt ya estaban trepando el gran bote para comenzar a buscar, y viéndolos a ellos subir, pensó:
«Bueno, no hay de otra, parece que para eso estoy aquí… para eso también existe el agua, no tendré que escoger, así que me tendré que bañar una vez más... es que odio tanto bañarme».
Cuando Xionelis subió por el bote, se percató de que sus tres compañeros ya estaban tirándose dentro. Sorprendida suspiró, porque sabía que ella tendría que hacer lo mismo; una vez llegó al final del lugar, comenzó a buscar y, para su sorpresa, no parecía sucio ni tenía mal olor, solo estaba lleno de bolsas de muchos colores.
Sus compañeros le dijeron que se dejara caer entre las bolsas, pues no le pasaría nada. Ella algo insegura les sonrió un poco, se paró en el borde del bote de basura, abrió los brazos y se dejó caer dentro del mismo. Mientras caía, se dijo a sí misma:
«Jamás en mi vida volveré a hacer esto».
Sus amigos al verla caer, quedaron sorprendidos, pues no veían rastros de Xionelis, después de varios segundos Yeriel re- accionó y tratando de llegar hasta donde había caído su hermana, gritó fuertemente:
—¿Dónde estás hermanita? ¿Dónde estás?
Dritt y Bleik también estaban preocupados porque su amiga no aparecía.
—¡Oigan muchachos! ¡Por aquí! ¡Aquí estoy! —exclamó de repente Xionelis saliendo del otro lado del bote.
—¡Ahí estás, hermana! —dijo Yeriel con un suspiro.
—Vengan, vengan, he hallado una bolsa —los llamó Xionelis con las manos alzadas.
—¿Cómo lo hiciste para encontrarla tan rápido? —preguntó Bleik percatándose de la bolsa—. ¿Estás bien? ¿Por qué apareciste por acá?
—No se preocupen por eso ahora, vengan, miren lo que encontré —dijo Xionelis.
Escarbó entre las bolsas que estaban a sus pies y poco a poco bajó junto a sus compañeros, quienes la imitaron. De repente, para su sorpresa, fueron tragados por un túnel que los dirigió al centro del bote de basura, todo era muy bonito en su interior.
Cuando estuvieron todos de pie, observaron que había unas pequeñas máquinas con palancas en forma de manos que tomaban las bolsas por un agujero y las abrían para sacar su contenido, luego las ponían sobre una gran correa movible para meterlas en unos tubos de los cuales salía vapor. Mientras intentaban entender para qué era todo ese proceso, de los tubos de vapor salió algo completamente distinto, se trataba de diferentes tipos de disfraces que vestían unos maniquíes bastante organizados.
Los jóvenes, asombrados por lo que veían, entendieron que aquel sitio era el lugar secreto de Paulino, quien estaba planeando algo muy grande y que definitivamente no era para nada bueno, pues esconder asuntos del pueblo, no es de fiar.
—Este lugar no es un basurero —comentó Bleik.
—Eso creíamos hasta ahora —dijo Xionelis
—Parece una galería de disfraces —habló Bleik de nuevo.
—Miren bien —les mostró Yeriel—, los rostros de cada uno de esos maniquíes, se parecen a las personas del pueblo.
—¡Esa puerta se está abriendo! —advirtió Dritt—, escondámonos.
Se metieron dentro de unas cajas y observaron como tres hombres con rostros un poco peculiares salieron detrás de las puertas secretas y se llevaron a los maniquíes que estaban listos en unos carritos con ruedas. Mientras hacían esto, uno de los hombres que no paraba de hablarles a sus amigos y les dijo:
—¿Vieron la cantidad de maniquíes que tenemos guardados? ¿No creen que es mucho el trabajo que hacemos por Paulino por tan poco dinero? —preguntó el hombre llamado Mongromi.
—Cállate, no vuelvas a mencionar el nombre del patrón — le reprochó su amigo Tructas—. ¿No ves que alguien nos puede escuchar, tonto?
—¡Pero cálmense que aquí nadie nos escuchará! Y tú Mongromi, el trato fue este y así lo tenemos que aceptar. ¿Prefieres estar en aquella horrible prisión comiendo lo que te dan o aquí que en pocas palabras vives como rey? —preguntó el tercer hombre llamado Chupatín.
—Está bien, está bien, no se hable más de eso, sigamos llevando estas cosas adentro —respondió Mongromi.
Cuando los trabajadores estaban listos para volver, Bleik, sin querer, pateó uno de los maniquíes con su pierna, provocando un pequeño ruido que llamó la atención de aquellos hombres.
—¿Y eso qué fue? —preguntó Mongromi.
Al percatarse de que uno de los maniquíes se movía, pen- saron que podía haber algún intruso y se acercaron lentamente para atraparlo. Los cuatro jóvenes, al ver que se dirigían hacia ellos, asustados se taparon la boca con las manos para no hacer ningún ruido. Cuando los hombres estaban mucho más cerca de los chicos y del maniquí, Chupatín se adelantó para atrapar a los supuestos «intrusos».
—¡Los atrapé! —dijo entusiasmado.
De repente, tres pájaros salieron volando y los picotearon por haberlos molestado.
—Oh no, ¡corran! —dijo Mongromi acercándose a la puerta para huir de los pájaros.
Los cuatro amigos se rieron al ver la situación, mientras los hombres se iban de allí.
—Amigos, ¿qué haremos ahora? —preguntó Yeriel—. De- bemos irnos antes de que vuelvan, ya tenemos el bolso.
—Tengo una idea —dijo Bleik.
—¿Cuál es tu idea ahora? —preguntó Dritt.
Pero entraron una vez más aquellos hombres, tomaron los maniquíes que habían dejado y se dirigieron a la parte secreta del lugar, donde también vivían. Era muy hermoso, de dos pisos y con dos pasillos muy largos y redondos alrededor; en el centro había una fuente cristalina de la cual brotaba un líquido especial, que rociaba todos los disfraces que llevaban puestos los maniquíes para que parecieran personas reales.
Mientras los jóvenes observaban atentamente lo que hacían los tres hombres, reconocieron en los disfraces a cada una de las personas que vivía en la Gran Ciudad, aún no entendían la razón por la que Paulino tenía todo eso. De pronto, una alarma comenzó a sonar y los hombres salieron bien vestidos de una cápsula que se encontraba allí. Para su sorpresa, estaban transformados en otras personas.
—Pero, ¿esos no son Kindro, Mindro y Lindro, los trillizos de la ciudad? —preguntó Dritt confundida.
—Sí, es cierto, pero no son ellos realmente —dijo Xionelis.
—Esos son los hombres de Paulino —le recordó Bleik.
—¿Qué estarán tramando ahora escondidos dentro de esos disfraces? —preguntó Yeriel.
Los tres hombres lucían perfectamente bien.
—Vámonos hermanos, nos esperan en el evento, hoy será nuestro gran día —dijo Mongromi entre risas—. Luces bien Chupatín —agregó.
—Gracias, tú también luces bien Tructas —dijo Chupatín.
—Yo siempre luzco bien hermanos, ¿de qué hablan? —respondió Tructas mientras salían del lugar.
En cuanto las luces estuvieron apagadas, los cuatro amigos murmuraron:
—Bueno y ahora, ¿qué haremos? Algo planea Paulino con todo esto.
—No se diga más, sigámoslo —propuso Xionelis con mirada desafiante.
—Muy bien dicho, sigámoslo. —concordó Bleik.
Salieron de aquel lugar sin ser descubiertos y mantuvieron la distancia para seguir a aquellos hombres, con el objetivo de encontrar a los responsables de la desaparición de la magia escondida.
El evento estaba lleno de gente. Todo lucía muy bien en el gran salón donde era la fiesta. Había una fuente de la cual salía el mejor vino para los invitados. Muchos de ellos, por curiosidad, se acercaban a admirarla, mientras que los camareros, quienes cargaban con unos servidores y copas de colores, ofrecían ese vino especial a quienes desearan beberlo.
Alrededor del salón había muchas mesas con un estilo único jamás visto, era como estar en un hoyo, pero se podía girar en la dirección que deseara el invitado; al final del salón había una gran tarima muy alta, para que los músicos y cantantes tocaran música mientras que todos compartían. Entre la multitud se encontraban personas distinguidas del pueblo y reco- nocidas estrellas de la Gran Ciudad y de otras ciudades lejanas.
Paulino salió entre los músicos con un micrófono en las manos y se subió al escenario.
—Damas y caballeros —dijo a los invitados—, es para mí un placer darles la bienvenida a este gran evento de inauguración del Centro de Teatro del Real Acto. Me honra presentar- les a los siguientes actores de la magia, ellos son los hermanos Kindro, Mindro y Lindro, así que recibámoslos con un fuerte aplauso.
—Sí, sí, sí —coreaban los invitados aplaudiendo.
Cuando los trillizos iniciaron sus trucos de magia, Paulino se unió a un grupo de personas que estaban sentados en la mesa más grande del lugar, para contemplar el acto.
—Esto luce genial, jamás hemos visto algo así —dijo Xionelis.
—No estamos aquí para hablar de lo bonito que es este lugar, sino para hallar más evidencia de aquel hombre —le recordó Bleik.
—Pero desde acá adentro no creo que podamos hacer mucho —argumentó Yeriel.
—¿De quién fue la idea? —preguntó Dritt.
—¿De quién más? De tu hermano —respondió Xionelis.
—Hermano, pero ¿cómo se te ocurrió habernos metido en este disfraz como si fuéramos el sargento Mitrosis? Mira cómo nos observan todos ahora —replicó Dritt.
—No se preocupen, ya verán que todo saldrá como lo planeamos —les aseguró Bleik finalmente.
Mientras los jóvenes caminaban lentamente por el lugar, escondidos dentro del disfraz del sargento Mitrosis, podían observar todo lo que ocurría allí. De repente, uno de los meseros creyendo que era el sargento, se acercó.
—Sargento Mitrosis, venga por aquí —dijo—, Paulino y sus compañeros lo están esperando.
—No, no, no, gracias —respondió Yeriel con una voz grave tratando de imitar la del sargento—. Iré a otra mesa, mire —señaló—, aquí, aquí estaré bien.
Cuando finalmente se sentaron, Xionelis les dijo:
—Creo que esta ha sido la idea más loca que hemos tenido.
—Todo saldrá bien amiga, solo investiguemos muy de cerca lo que Paulino trama —respondió Dritt.
—Miren, los supuestos hermanos Kindro, Mindro y Lindro están haciendo trucos de magia.
De repente las luces se apagaron, los ojos de los invitados estaban sobre los supuestos trillizos quienes, con gran habilidad, desaparecían objetos entre el público que disfrutaba del gran evento. En un momento, uno de ellos sacó de un pequeño cajón un frasco de color amarillo y muy lentamente bajó de la tarima, dirigiéndose a la gran fuente que contenía el vino.
Para desviar la mirada de todos, se propusieron hacer un truco en lo más alto del salón, sus otros dos amigos seguían en la tarima y se mantenían muy atentos esperando su señal. Cuando la vieron, ellos hicieron un gran truco, lo que provocó que la mirada de todos los invitados se quedara fija en lo que parecía un dragón que volaba en las alturas alrededor del salón y destruía diferentes animales con el fuego que salía de su boca.
El hombre que estaba junto a la gran fuente, notando todos estaban concentrados en el truco de magia, volteó a ver a su jefe Paulino, quien le dio la orden de derramar el líquido amarillo sobre el vino que provenía de allí. Lo que ellos no sabían, era que los cuatro jóvenes que se escondían dentro de su disfraz, se dieron cuenta de lo que estaba pasando.
—Miren amigos, el que está en la gran fuente está echando un líquido en el vino —señaló Yeriel.
—¿Qué será? Y ¿por qué estarán haciendo eso? —preguntó Dritt.
—No sabemos qué es, esperemos a ver qué sucede —respondió Bleik.
—Algo raro pasará en este lugar, eso sí lo sé —afirmó Xionelis.
Todo el vino de la fuente fue contaminado con aquel líquido amarillo. Tructas dio una señal a sus compañeros para terminar el truco, entonces ellos hicieron que el dragón y los animales desaparecieran al entrar a la gran fuente. Todos los invitados quedaron fascinados con el espectáculo.
Cuando los supuestos hermanos Kindro, Mindro y Lindro estuvieron juntos en la tarima, recibieron aplausos del público por sus trucos de magia.
—Bravo, bravo, ¡eso fue maravillosamente grandioso! — gritaba fuertemente el alcalde Paulino poniéndose de pie.
Todos los demás invitados también se pusieron de pie para felicitarlos. Cuando terminaron de recibir los agradecimientos, bajaron de la tarima y desaparecieron del lugar.
—¿Saben qué haremos ahora? —preguntó Xionelis.
—Vamos a ver qué harán —respondió Dritt.
—Pero tenemos que vigilar a Paulino —les recordó Yeriel.
—Por lo que veo, él no se moverá de aquí, está junto a la mesa de los grandes de otros pueblos y ciudades, su orgullo no le permitirá dejarlos solos, así que tenemos tiempo para averiguar qué es lo que derramaron en la fuente. Vamos a verlo—sugirió Bleik.
Los cuatro amigos se dirigieron a la parte trasera de la tarima y lograron pasar sin ningún impedimento, pues todos creían que era el sargento Mitrosis, pero de repente fueron sorprendidos por los tres hombres que trabajaban para Paulino, quienes los tomaron de la mano y los llevaron a un pequeño cuarto medio oscuro.
—Aquí, esto es seguro, señor —les dijo Tructas.
—¿Pero qué manera es esta de tratar al sargento? —preguntó Yeriel con su voz grave.
—Disculpe sargento, pero es que es muy peligroso que nos vean juntos, jamás pensé que usted vendría hasta acá, el antídoto ya se mezcló con el vino y más de la mitad de los invitados deben haberlo tomado —dijo Chupatín.
—Pero explícame, ¿qué es lo que ocurrirá? Porque no entiendo nada aún.
—¿Cómo es que no sabe lo que usted mismo y el alcalde planearon? —preguntó Chupatín.
—Chupatín, tal vez se le olvidó, al sargento se le olvidan las cosas, últimamente su memoria no es tan buena —respondió Tructas.
Chupatín observó al sargento atentamente, los jóvenes dentro del disfraz estaban aterrados, pensaron que los había descubierto.
—Es verdad, lo sé, su problema de olvido es tan obvio que hasta se olvidó que nunca nos teníamos que ver en el evento y mire, me sorprendió.
—Así es, todo se me olvida muchachos —habló Yeriel—, ahora explíquenme, ¿qué es lo que haremos con esto?—preguntó.
—Sargento, cuando todos los invitados tomen el vino, su magia desaparecerá y nadie volverá a ser poderoso más que usted y el alcalde Paulino, como se los prometimos.
—¿Cómo dices? —preguntó Yeriel.
—Cállate, no digas nada, nos descubrirán —le susurró Bleik a Yeriel.
—Nos tenemos que ir sargento, no olvide sus promesas, nosotros seremos los alguaciles del pueblo y de la ciudad cuando todo termine, nos vemos —se despidió Tructas del sargento.
Los hombres se fueron rápidamente con sus maletas en las manos, se veían impacientes.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Yeriel—. Todos los invitados del evento están en gran peligro —agregó preocupado.
—Tenemos que avisarles antes de que sea muy tarde para detenerlos —advirtió Xionelis.
—Vamos a dar aviso a todos, no hay de otra —anunció Dritt.
—Sí, hagámoslo.
Los jóvenes, disfrazados del sargento Mitrosis, bajaron las escaleras de la gran tarima para llamar la atención de los invitados y avisarles lo que estaba sucediendo, pero cuando estuvieron abajo, notaron que las personas que habían bebido del vino, lucían diferentes.
Los cuatro amigos se entristecieron mucho, pero tomaron un micrófono y dijeron:
—Señoras y señores. Atención, atención. No beban el vino, está contaminado, todo es una trampa de…
Cuando estaban a punto de delatar a Paulino, fueron interrumpidos por el verdadero sargento Mitrosis, quien gritó con voz grave y fuerte:
—¿USTEDES QUIÉNES SON? ESTÁN TOMANDO MI LUGAR, ¡SON UNOS LADRONES!
Los chicos no entendían qué estaba pasando, Paulino se acercó al verdadero sargento Mitrosis y le dijo:
—Pero ¿qué esperas? ¡Arréstalos! Arruinarán nuestro plan.
—Eso haré, pero debemos saber quiénes son.
—No hay tiempo para eso ahora, después de que los arresten lo sabremos, ahora tienes que dar la orden.
El sargento miró con firmeza y autoridad a los oficiales y les ordenó:
—Guardias, arresten a esos impostores.
Los jóvenes sabían que, si corrían permaneciendo dentro del disfraz, los atraparían, pero Xionelis tuvo una idea:
—No hay de otra, tenemos que salir de aquí adentro y correr —les dijo a sus compañeros.
—Pero sabrán quiénes somos —replicó Dritt.
—Eso no importa, debemos escapar para ayudarlos a todos, si nos atrapan a los cuatro, nada podremos hacer —respondió Xionelis.
—Es cierto —aceptó Yeriel.
—¿Qué haremos entonces? —preguntó Dritt.
Los guardias se acercaron a ellos para arrestarlos, cuando Bleik dijo:
—No tenemos otra opción, se acercan, tendremos que huir al bosque maldito donde está aquel hombre, de lo contrario nos atraparán.
—Pero dicen que ese lugar es peligroso, que quienes entran no salen jamás —habló Xionelis con temor.
—Solo dicen eso porque Paulino hizo que todos tuvieran miedo, pero ¿por qué creerle ahora? —preguntó Dritt.
—Es cierto, eso solo lo decía él, ¿por qué lo decía? —preguntó Yeriel también.
—Chicos, lo hacemos ahora o nunca, ya nos están rodeando —los apresuró Bleik.
—Nos iremos al bosque maldito —dijeron todos al unísono.
—Al conteo de tres usaremos nuestros pequeños poderes para salir de este lugar, será difícil, pero no imposible —anunció Bleik a sus amigos.
—Qué divertido chicos, dañemos su fiesta —animó Yeriel.
Los cuatro amigos comenzaron a contar:
—Uno... dos... ¡tres!
Cuando los guardias iban a arrestarlos, los jóvenes salieron corriendo por el gran salón, peleando contra los oficiales con ayuda de sus poderes, los guardias e invitados que intentaban atrapar a los jóvenes intentaron atacarlos con su magia, pero para sorpresa de todos, se dieron cuenta de que era inútil, solo Paulino y el sargento conservaban sus poderes. Ellos también intentaron detener a los chicos, pero no tuvieron éxito, pues los cuatro amigos corrían a toda velocidad.
Al finalizar, los invitados observaron muy atentos a Paulino y al sargento Mitrosis, quienes anunciaron:
—¡No puede ser! ¡Escaparon!
—Señor Paulino y sargento Mitrosis —interrumpió uno de los invitados—, ¿por qué cuando quisimos ayudar a detener a los jóvenes, no pudimos usar nuestros poderes? —preguntó—. Algo raro está ocurriendo aquí, ¿por qué ustedes sí los pueden usar? ¿Qué ocurre? ¿Saben la razón?
Paulino se acercó a aquel hombre con un rostro intimidante y mirándolo a los ojos, seriamente le dijo:
—No entiendo por qué ocurrió todo esto, pero te aseguro que lo averiguaré.
Paulino se dirigió a los demás muy serio y continuó hablando:
—Señoras y señores, no sé qué ha sucedido esta noche, pero les aseguro que no descansaré hasta que aparezcan los culpables.
—Señor, venga a ver esto —dijo uno de los meseros que estaba junto a la gran fuente.
Todos se reunieron junto al mesero, quien dijo una vez más:
—Mire señor, el vino fue contaminado, alguien lo maldijo, aquí están las respuestas. Quien haya sido capaz de maldecir el vino, sabía que todos beberían de él, eliminando sus poderes, pero ¿quién lo hizo?
Todos hablaban y murmuraban unos a otros, especulando quién podía ser el culpable.
—Ya sé quiénes fueron —anunció Paulino. Todos estaban atentos a su respuesta.
—Fueron los hermanos Kindro, Mindro y Lindro —aseguró—. Sí, fueron ellos, lograron que los animales y el dragón que crearon, terminaran en este lugar. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes? Lo tenían todo planeado. ¡Busquen a los trillizos y arréstenlos! —ordenó.
—Mi señor, los hermanos salieron huyendo de este lugar hace unos minutos y solo pude encontrar estos frascos que dejaron en su camerino —respondió uno de los oficiales.
—A ver, no puede ser—dijo Paulino viendo el frasco—, esto es un antídoto mágico peligroso y si fue lo que derramaron en la fuente, todos los que tomaron el vino están maldecidos y nunca más podrán usar sus poderes —exclamó fingiendo tristeza.
Todos en el gran salón lucían molestos y preocupados por lo que había sucedido, algunos lloraban mientras que Paulino disimulaba muy bien que había sido él quien planeó todo con su compañero, el sargento Mitrosis.
Ya no puedo más, descansemos un poco por favor—pidió Xionelis a sus compañeros.
—Sí, detengámonos un rato, creo que ya los perdimos — anunció Bleik.
—Wow, fue increíble lo que hiciste mientras escapábamos, Xionelis —admitió Dritt con emoción.
—Ya sabes amiga, las circunstancias difíciles que pasamos cada día nos enseñan algo siempre —respondió Xionelis.
—Pero, ¿lo que hice yo no cuenta? —preguntó Yeriel con tono ofendido.
—Sí, pero no fue tanto, ni fue tan maravilloso como lo que hizo tu hermana —respondió Bleik con sinceridad.
—Tú lo viste Bleik, esos raros ojos que tenías, fue grandioso—lo felicitó Xionelis.
—Grandioso lo que hicimos nosotros, todo salió bien, pero a mí no me salió tan bien —dijo Yeriel con tristeza.
De repente escucharon ruidos extraños cerca de donde estaban, «wow… wow…». Se asustaron y se abrazaron el uno al otro juntitos, como si tuvieran mucho frío. «Wow, wow», seguían escuchando.
—¿Qué es eso? Es horrible, parece ser que viene de allá — señaló Bleik.
Miraron fijamente hacia el gran bosque al que iban a ir, dudaban si debían seguir adelante. Mientras escuchaban los ruidos extraños, observaban atentamente a su alrededor.
—Debemos averiguar un poco más sobre este lugar y acercándonos es la única manera de saber si todo lo que dicen es verdad —Bleik dijo con valentía.
—Recordemos que Paulino era el único que hablaba mal de aquí —añadió Yeriel.
—Es cierto, ¿cómo vamos a saber si un lugar es malo o no, si nadie ha sido capaz de entrar? No lo hacían por las mentiras de Paulino —reconoció Dritt.
—Es cierto amiga, y nosotros seremos los primeros que lo pondremos a prueba, lo tenemos que hacer —dijo Xionelis a sus compañeros mientras los observaba atentamente.
Curiosos observaban el lugar, parecía tenebroso, pero los jóvenes tenían ganas de encontrar la respuesta a todo lo que estaba ocurriendo en la Gran Ciudad. Poco a poco avanzaban con gran valentía, confiando en que lo lograrían.
Esos niños tienen que aparecer sin importar lo que debamos hacer para encontrarlos —decía Paulino a cada uno de los oficiales que había enviado a buscarlos, lucía muy molesto.
—¿Acaso saben algo? —preguntó el sargento Mitrosis nervioso.
—Que yo sepa no, pero tenemos que saber por qué se disfrazaron de ti, eso se supone que es imposible —respondió Paulino.
Los tres hombres: Chupatín, Tructas y Mongromi estaban muy asustados por lo que estaba ocurriendo, pues ellos sabían la respuesta, pero el miedo les impedía hablar. El sargento Mitrosis se les acercó y mirándolos a los tres con una expresión de furia, les preguntó:
—¿Ustedes acaso saben algo que no nos hayan contado?
—No, nada —respondieron muy nerviosos.
—Me parece que sí saben algo, los conozco, no saben mentir y están ansiosos, díganme lo que saben ahora mismo porque si me entero que me están mintiendo, les haré pagar muy caro—ordenó Paulino.
—Es que… nosotros… —balbucearon.
Ninguno fue capaz de decir nada, hasta que habló el más grande de ellos y respondió:
—Mire señor, para mí que esos jóvenes nos robaron el disfraz del taller secreto, no sabemos cómo, pero eso parece… — dijo a Mitrosis.
—Imposible, eso es imposible, ¿cómo lo harían?
—Anoche antes de que nosotros viniéramos para el evento, escuchamos unos ruidos extraños en el almacén secreto, pero al ver que eran unos pájaros, nos asustamos y salimos corriendo.
—No me digan que ustedes cayeron en el truco del gato o los pájaros escondidos, ¡SON UNOS INEPTOS! —les gritó Paulino muy molesto.
—Ya lo hecho, hecho está —lo calmó el sargento—. No podemos pelear entre nosotros, el plan sigue en marcha y está saliendo bien. Para los habitantes del pueblo los únicos culpables de lo que está sucediendo, son los trillizos: Kindro, Mindro y Lindro. Ahora solo tenemos que seguir con la última fase, hacer realidad nuestro gran ejército de robots mágicos prepara- dos por la gran magia escondida, para que todos nos obedezcan—anunció con emoción a Paulino y a sus otros compañeros observándolos atentamente.
—Pero no olvidemos a los chicos que todavía andan sueltos, ellos pueden ser peligrosos para nuestro plan —advirtió el alcalde—. Kindro, Mindro y Lindro, ustedes se encargarán de hallar a esos jóvenes. Cuando los atrapen, llévenlos a prisión y oblíguenlos a beber el líquido para que su poder también se extinga, ¿está bien? Esta vez no quiero que me fallen —ordenó Paulino muy serio a los tres hombres.
—Sí señor, así será —respondió Kindro, el líder de los trillizos.
—Bueno, tú y yo tenemos mucho que hacer, nuestro ejército nos espera —dijo Mitrosis a Paulino.
Salieron de la oficina del sargento Mitrosis y se dirigieron a terminar lo que habían comenzado, esperaban que todos sus planes siguieran funcionando como lo habían planeado.
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