Estos capitulos que leeras aqui son la version original de este libro. Te invito a que descubras pronto la version mejorada por la casa publicadora. Gracias y espero que los disfruten.
La noche del gran evento había comenzado. El gran museo de Manhattan estaba reluciente y espectacular, la noche no podía ser más perfecta. El cielo despejado permitía que todos vieran a la gran luna que alumbraba el lugar, acompañada de varias estrellas resplandecientes.
Dentro del museo se encontraban todos los invitados disfrutando de las joyas preciosas que estaban exhibidas, cada una estaba valorada en millones de dólares. Los pisos del museo tenían cuartos de seguridad en donde los invitados veían todas las exhibiciones.
Este no era un evento común, ya que sus invitados eran personas que pertenecían al gobierno, famosos del mundo del deporte y actores reconocidos junto a otras personas de distintos países. Aunque lo que más llamaba la atención, era el atuendo de los sirvientes, quienes iban vestidos de rojo y negro junto con una máscara muy peculiar.
La máscara tenía un diseño en los labios de muchas líneas de colores. Alrededor de los ojos y de otras partes del rostro, tenía pequeños símbolos que se parecían mucho a los que usaban en la cultura china. Esto no era de extrañarse, pues el dueño del museo era Chay-an, un hombre chino y todo el evento había sido preparado por él.
A la entrada del lugar se encontraban los dueños de los autos que desfilaban uno por uno por una elegante alfombra de colores. Cada uno presumía su elegancia y sus diseños elaborados por los mejores diseñadores de moda.
Cuando cruzaron la entrada, todos los invitados modelaron mezclándose con los colores azul, rojo y amarillo que tenía la alfombra, los cuales se reflejaban en todas las fotografías que les tomaban.
Había cámaras por el lugar haciendo entrevistas, todos estaban llenos de energía y alegría, pues el evento había sido planeado y llevado a cabo a la perfección.
Sin embargo, nadie imaginaba que otras de las personas que estaban allí, también tenían un plan preparado para esa noche y estaba a punto de ser ejecutado. Dichas personas paseaban por todo el lugar, ocultándose detrás de las bebidas y los aperitivos, mirando con atención su único objetivo: las joyas.
Habían invadido el lugar discretamente y lo tenían todo bajo control. Miraban fijamente a su líder, esperando la señal para comenzar. Pero él esperaba por la llegada de un invitado en particular, el cual era una pieza clave para el éxito de la operación. No había por qué arriesgarse y adelantarse, solo faltaba esa persona y podría llevarse todo sin ser atrapados.
El líder continuó buscando, pero no halló al invitado. Mientras esto ocurría, las demás personas continuaban disfrutando del evento como si nada. En ese momento se encontraban admirando una lámpara de diseñador, hecha especialmente para esa ocasión.
Todo el lugar parecía una gran obra de arte, pues Chay-an era muy detallista y le gustaba impresionar a los demás. Él no era difícil de ignorar, no solo por ser chino, sino porque siempre iba acompañado de guardaespaldas.
Cuando Chay-an vio entrar al comisionado del deporte de baseball, le sonrió y esperó a que se acercara a él, hasta que otro invitado lo distrajo y, cuando terminaron de hablar, el comisionado de baseball dijo:
—Saludos y buenas noches, señor Chay-an. Gracias por invitarme a tan hermosa velada.
—Bienvenido, espero que todo sea de su agrado —contestó Chay-an.
—Todo está impresionante —dijo el comisionado muy impresionado.
—Espera que pruebes la comida, cada detalle fue estrictamente planeado —aseguró Chay-an.
—Por supuesto, por supuesto, no espero menos —respondió el comisionado con una sonrisa.
Chay-an levantó su mano llamando a uno de los sirvientes, quien era el líder del grupo que estaba preparado para ir tras las joyas. Sin saber nada de esto, Chay-an le dijo:
—Tráigale al Señor Justo la mejor bebida y también el menú.
El mayordomo inclinó su rostro y respondió:
—Por supuesto, mi señor.
El hombre se fue y se acercó a otro de los mayordomos diciéndole:
—Cambia de bandeja conmigo, toma una donde haya aperitivos y ven conmigo.
El mayordomo hizo lo que le pidió.
—Señor Worok, ya estoy listo.
Worok, quien era el líder, se enojó con él, se acercó y le dijo en voz baja:
—¿Cuántas veces te he dicho que no digas nombres? Ahora guarda silencio y solo sígueme.
Ambos se fueron caminando hasta donde estaban Chay-an y Justo. Al llegar, el líder Worok los interrumpió diciendo:
—Disculpen. Aquí está lo que me pidió, señor Chay-an.
Justo tomó una de las bebidas y comentó:
—De veras que están muy sabrosas.
Segundos después su esposa llegó y tomó otra bebida para ella. Chay-an esperó a que ambos la probaran y les preguntó:
—¿Qué les parece? No hay más como estas en todo el mundo.
—Me parece que una vez más no fallas en impresionarnos con lo mejor de lo mejor —respondió Justo mientras su esposa sonreía dándole la razón.
—De eso se trata la hospitalidad, espero que disfruten la noche. Ahora discúlpenme, pero tengo que continuar —dijo Chay-an despidiéndose de ellos.
Ninguno se fijó en que el líder Worok estaba muy atento observando a todos lados, mientras buscaba a la persona que faltaba para iniciar el plan. Los demás continuaban sirviendo a los invitados, mientras esperaban la señal de Worok. Lo bueno era que nadie podía verles las caras y que, aunque servían a todos lo mejor, realmente no querían hacerlo.
Lo único que todos podían ver eran los diseños de las máscaras, aunque tampoco se fijaban mucho en ellos.
Al otro lado de la ciudad, se escuchó el rugido del motor de un auto que corría a toda velocidad. Se trataba de un auto especial de la Ferrari, era un modelo único del año 2029 que casi nadie conocía, pero aun así se sorprendían al verlo.
Era el auto deportivo más avanzado, jamás creado.
El vehículo cruzó el puente que dividía a ambas ciudades a gran velocidad, se podía apreciar que el conductor no era ningún novato, pues la habilidad con la que manejaba era impresionante, pero a pesar de esto, también se notaba que iba muy tranquilo, como si conducir ese auto fuera algo normal para él.
Minutos después, tras derrapar en una curva, el conductor notó que de una de las calles salieron dos patrullas, las cuales comenzaron a seguirlo. Pero esto no lo preocupaba porque, en cuanto los vio, sonrió para sí mismo y dijo en voz baja, mientras ponía su canción favorita:
—¿Otra vez? ¿Acaso no aprenden? Tendré que enseñarles como siempre.
Aceleró aún más y comenzó a zigzaguear en medio del tráfico, notando a través del retrovisor que las patrullas se alejaban cada vez más de él. Pero, para su sorpresa, no pasó mucho tiempo, pues las patrullas poco a poco lo alcanzaban. Se sorprendió y analizó qué podría hacer, pero en ese momento no se le ocurrió nada. El tráfico no le permitía ir más rápido ni perderlos de vista.
De pronto, un auto cambió de carril obligándolo a frenar un poco, ocasionando que las patrullas se acercaran más. Los autos de las patrullas no eran comunes, eran Mustang GT Turbo Modelo Cobra y estaban especialmente preparados para correr.
Eran impecables. El color negro, junto a los diseños con las letras azules y blancas, no solo las identificaban como patrullas de New York, sino que también las hacían lucir intimidantes.
—¿Creen que por tener juguetitos nuevos cambiará algo? Veamos cuánto saben usarlos —dijo el conductor con una sonrisa burlona.
Para sorpresa de las patrullas, el Ferrari dio un giro hacia una de las calles principales, derrapando entre varios autos. Este truco repentino le permitió alejarse de ellos, pero cuando terminó de tomar la curva, el conductor se percató de que había ocurrido un accidente no tan lejos de donde se encontraba y por eso el tráfico se había detenido.
Buscando qué hacer ahora, cruzó entre dos autos que se movían lentamente, viendo a lo lejos la única calle por la que podía escapar.
El tiempo se agotaba y las patrullas cada vez se acercaban mucho más. Solo debía cruzar los dos carriles sin chocar y derrapar hasta entrar en la calle.
Ya casi estaba por llegar al punto en donde debía derraparse, hasta que vio que, del lado contrario, venía un grupo de ciclistas, los cuales también quería cruzar por la calle que el conductor había escogido para escapar.
Los oficiales se dieron cuenta del plan y aceleraron mucho más.
—Rayos, ¿por qué me pasa esto ahora? Todo iba tan bien —dijo el conductor para sí mismo, mientras pensaba en qué podría hacer.
Se le agotaba el tiempo y el tráfico no le ayudaba, al parecer el accidente había sido grave y los autos estaban detenidos en ambas direcciones. Su única opción era esa calle, sino la tomaba, tendría que quedarse en el tráfico.
El conductor al ver que el grupo de ciclistas ya había comenzado a cruzar, apretó los frenos derrapando por toda la calle y, luego de dar un medio giro, se detuvo llenando de humo todo el lugar.
Todos los ciclistas se asustaron y muchos saltaron de sus bicicletas. Muchos se le quedaron mirando, pero la mirada del conductor estaba en las patrullas, pues se habían detenido formando una gran barricada a un lado del tráfico, al otro lado estaban los edificios y al otro los ciclistas. El conductor estaba atrapado.
—Gracias a ustedes, amigos. Ahora estoy atrapado —dijo el conductor mirando a los ciclistas con una media sonrisa.
Todos los policías se bajaron de las patrullas y comenzaron a acercarse al auto rodeándolo. El conductor estaba tranquilo, pero atento, pues no tenía más alternativa. Realmente estaba atrapado.
—Bájese del auto y ponga las manos en alto —dijo uno de los oficiales que estaba al lado de la patrulla.
El conductor bajó la ventanilla, lo cual hizo que los oficiales dejaran de acercarse, pero uno de ellos gritó:
—Por favor, no hagas una locura y bájate del auto lentamente, solo así saldrás bien.
Pero el conductor no estaba al pendiente de ellos, aún continuaba buscando qué podía hacer. Dijo en voz baja:
—No puedo perder, no puedo perder.
Los oficiales se acercaron aún más y más, uno de ellos llegó a la ventanilla y le dijo al conductor:
—¿Acaso no escuchaste, Mac William? Esta vez perdiste, no tienes escapatoria.
Otro de los oficiales lo escuchó y fue hacia su compañero gritando:
—Pero, ¿qué has hecho?
Mac William respondió:
—Así como escuchaste, dijo mi nombre. Me salvé.
En ese momento, Mac William notó que los ciclistas se habían movido. Arrancó su Ferrari y derrapó en círculos, hasta quedar en frente de la calle para poder irse rápidamente.
El oficial que había mencionado el nombre, gritó:
—¡No puede ser! ¡Metí la pata!
—Sí que lo hiciste, Mario y ahora se nos escapó —dijo un compañero.
—Lo siento, Miguel —dijo Mario.
—Siempre logra escapar, no es justo —dijo otro oficial llamado Rubio.
—Bueno, compañeros, es hora de irnos, tal vez lo atrapemos la próxima vez —dijo Will a sus demás compañeros.
Todos subieron a sus patrullas y se fueron del lugar. Will tomó su teléfono y marcó al número de Mac William, cuando contestó, le dijo:
—No sé qué tienes, amigo, pero siempre ganas a apuesta y cuando no ganas, empatas.
Mac William se echó a reír y le contestó:
—Estuvieron a punto de atraparme, pero al final lo echaron todo a perder.
—No te preocupes, algún día te atraparemos. Por ahora es mejor que te alejes del área, debes estar fuera de aquí. Ahora escucho reportes en la radio sobre tu gran escape, seguramente los refuerzos no tardan en llegar —dijo Will.
—Está bien, cuídate, será hasta la próxima —contestó Mac William finalizando la llamada.
Will escuchó a lo lejos el rugido del motor del Ferrari de Mac William, pensando en lo cerca que estuvieron de atraparlo esta vez. Sin decir nada, arrancó en su patrulla para encontrarse con sus compañeros que le esperaban en el punto de reunión, al otro lado del puente.
Dentro del gran museo, el líder Worok caminaba de un lado a otro, impaciente por no saber por qué no llegaba la persona que estaba esperando.
Poco a poco, cada invitado entraba al salón principal, mientras el señor Chay-an los recibía dándoles la bienvenida. Todos los invitados quedaban impresionados con la calidad de los detalles y con la perfección que había en ese lugar.
El evento que se transmitía por televisión, los tenía a todos al pendiente de saber quién sería la próxima celebridad en llegar. Celebridades, famosos, lujos y espectáculo, nadie se quería perder ni un detalle.
De repente, mientras todos compartían, se escuchó un gran estruendo.
Uno de los mayordomos brincó del lugar en donde estaba y se metió debajo de la mesa de los aperitivos, controlando la situación. Chay-an y los demás, al ver que todo estaba en orden, asumieron que había ocurrido algo con uno de los calentadores de gas. Worok se acercó a ver qué había ocurrido.
—Señor, ya estalló como lo habíamos planeado, ¿ahora qué hacemos? —preguntó el mayordomo saliendo debajo de la mesa. Worok activó su radio y les dijo a todos:
—No se impacienten, aún aguardamos por el pez y sus pececitos. Continúen esperando la señal.
El mayordomo sacó el tanque dañado, Worok lo miró y en voz baja le dijo:
—Vick, ya sabes qué hacer.
Vick asintió con su cabeza y llevó el tanque a la parte trasera del museo. Al llegar al área de servicio, unos agentes de seguridad se encontraban allí verificando que todo estuviera bien. Vick se acercó a ellos, enseñando el tanque de gas dañado y les dijo:
—Esto fue lo que creó la conmoción. Necesito permiso para ir por un repuesto, están en el área trasera.
—Este no es el lugar, no tengo reporte de esto. Ahora vete que estorbas —contestó uno de los agentes.
—Pero señor, me dijeron que viniera aquí por un repuesto… —dijo Vick, pero uno de los agentes se molestó con él y lo interrumpió.
—Te dijeron mal, no lo volveré a repetir. Te vas de esta área o tendremos que sacarte.
—Está bien, está bien, no se enojen. Mejor me voy —respondió Vick, alzando las manos.
Los hombres comenzaron a reír, pero, para su sorpresa, el tanque de gas se abrió liberando el contenido que tenía adentro, dejando sin aire a los agentes de seguridad. De inmediato, otro de los mayordomos llamado Tuci, salió corriendo desde el final del pasillo con un par de máscaras, pasándole una a Vick.
Ambos noquearon a los agentes de seguridad. Cuando escondieron sus cuerpos, tomaron sus prendas y su equipo y se vistieron como ellos. Luego se pararon frente a la puerta de servicio y, usando la tarjeta de seguridad, entraron al lugar donde estaba el cuarto de control. Vick le hizo una señal a su compañero y él abrió la puerta.
Cuando entraron, los guardias que estaban allí se dieron cuenta de que no eran agentes reales y se prepararon para atraparlos.
—¡Quietos! ¿Quiénes son ustedes? —gritó uno de los guardias.
El compañero de Vick, sin perder el tiempo, sacó su pistola con silenciador y disparó a tres de ellos eliminándolos de inmediato. El último cayó sentado al lado de los monitores de vigilancia, estaba asustado, así que intentó activar la alarma, pero Vick saltó encima de una de las mesas y le dio una patada.
—¿A dónde crees que vas? —le preguntó Vick al agente que intentaba huir de él. —¡Macnot, agárralo! —gritó Vick a su compañero.
El agente se puso de pie e intentó golpear a Macnot, pero él lo esquivó rápidamente haciéndolo tropezar. Cuando cayó, golpeó la puerta cerrándola.
Macnot lo miró y con una enorme sonrisa le disparó, dejándolo tirado en el piso.
—¡Buen trabajo, compañero! —dijo Vick, ajustando su radio. —Señor, ya estamos en el área de control —dijo Vick a través del radio.
—Entendido, Vick, buen trabajo. Continuemos con el plan —contestó Worok.
El líder se acercó a uno de los mayordomos y le dijo en voz baja:
—Robb, vámonos que la fiesta apenas está iniciando para toda esta gente.
Ambos caminaron juntos hacia la entrada del salón, buscando la última pieza para su gran plan. Nadie imaginaba que, en cuanto estuviese lista, aquella noche se transformaría en la noche más larga de sus vidas.
Desde el museo se escuchaba el estruendo del motor del Ferrari de Mac William. Todos observaban como se acercaba al área de estacionamiento del museo.
Mac William supo que lo observaban, así que aceleró el auto varias veces estremeciendo el lugar con la potencia de su motor. Frente a él estaba la lujosa limosina Belly de último modelo.
Cuando pasó por el lado, Mac William pudo ver mejor el área donde estaban los empleados, pero no encontró a la persona que buscaba. Durante varios segundos continuó buscando con su mirada, pero no halló a su amiga.
De repente, uno de los empleados se acercó al auto, Mac William bajó la ventanilla y le dijo:
—Gracias, pero no se preocupe, solo vengo a ver a una amiga para su aniversario. Ella debe estar por aquí, no vengo a quedarme.
—Pues me va a disculpar, esta área es para el valet y no puede pararse o estacionarse aquí —respondió el empleado con una sonrisa.
Mac miró hacia atrás y notó que los demás estaban esperando a que terminaran con él, para que los atendieran a ellos.
—Creo que tengo la solución, joven amigo —el valet lo miró sin comprender de qué hablaba. —Mira, no estaciones mi auto, pues, como te dije, no tengo planes de quedarme, pero condúcelo alrededor de esta área, mientras yo espero aquí. Así el tránsito se mantendrá en movimiento, al final de cuentas, es por eso que quieres que me mueva —continuó diciendo Mac William mientras abría la puerta del auto.
El valet, al observar la manera en que las puertas del auto se abrían, como si fueran alas de un avión, respondió emocionado:
—¡Claro que sí! Daré todas las vueltas que sean necesarias hasta que usted termine.
Mac William se bajó del auto, llevándose una pequeña caja que tenía en el asiento del pasajero. El valet se quedó observando la hermosa caja, pues era difícil no hacerlo, ya que estaba envuelta en un hermoso papel decorativo con brillo.
Mac William miró fijamente al valet y se dio cuenta de que no era un joven con mucha experiencia, pero aún así arrancó el auto con mucha lentitud y todo comenzó a moverse nuevamente. Mac William miró hacia todos lados, pensando en el descontrol que estaba presenciando.
—Dinero y poder, pero descontrol y algarabía. La vida cambia rápido y mira cómo se nos escapa. En un abrir y cerrar de ojos, se nos va, ¿por qué será? —dijo Mac William en voz baja, hasta que alguien lo interrumpió diciendo:
—¡Te atrapé!
Mac William se volteó y vio que eran su amiga y su esposo.
—Rosy, Romeo, ¡lucen increíbles! También debo decir que este es un evento de gran lujo —dijo Mac William con una sonrisa.
—¿De veras no sabías de este gran evento? —preguntó Rosy.
—La verdad es que no, no suelo venir a estos eventos, los encuentro aburridos —respondió Mac William.
—Eso será en eventos ordinarios, pero este es un evento único entre todos. Un evento como este no volverá a ocurrir en años —dijo el esposo de Rosy.
—No lo sé, Romeo —respondió Mac William.
—Vamos adentro para mostrarte —invitó el esposo de su amiga.
—Solo vine a darles este regalo de aniversario —anunció Mac William.
—Vamos, amigo. Este es el museo de las exhibiciones más grandes del mundo, es lo máximo. La exhibición de joyas de hoy no tiene comparación. Esta es la única oportunidad de verlas, sé que te sorprenderás —respondió Romeo.
Mac William se quedó pensando en lo que el esposo de Rosy había dicho, quien, al notar esto, continuó diciendo:
—Mira, podemos entrar y damos una vuelta. Si de veras no te gusta, podrás irte. Así de simple, ¿qué dices?
Mac William se quedó pensando un poco más, pero luego escuchó el ruido de su auto y dijo intentando escaparse:
—No lo sé, Romeo. Están por traerme mi auto.
—Si es por eso, no te preocupes. Lo solucionaré rápido, conozco al joven que lo está manejando —respondió Romeo.
Mac William, dándose cuenta de lo que ocurría, se echó a reír y dijo:
—Por lo que veo, lo tenían todo muy bien planeado.
—No sé de qué hablas —contestó Romeo devolviéndole la sonrisa.
—Vamos, no seas así. Mereces un cambio. Además, hay muchas mujeres bonitas, de pronto sales con una nueva novia —dijo Rosy guiñando su ojo.
—Está bien, vamos. Pero si no me gusta, me puedo ir en paz, ¿verdad? —preguntó Mac William.
—¡Trato hecho! —respondió Romeo cerrando el trato con un apretón de manos.
—Toma esto, ponlo en tu cuello —dijo Rosy dándole una identificación.
—Muy bien planeado lo tenían los dos —dijo Mac William negando con la cabeza.
—Bueno, por algo te dije “¡te atrapé!” —respondió Rosy con una gran sonrisa.
Los tres rieron y comenzaron a caminar hacia la entrada del lugar, pasando por donde estaba la gran alfombra. Mac William todavía no estaba muy convencido, pero notó la alegría que tenían sus amigos por estar allí con él, así que puso su mejor actitud y continuó caminando junto a ellos, con la expectativa de pasar una gran e inolvidable noche.
En un edificio a las afueras del museo, uno de los francotiradores del señor Worok vio lo que tanto estaba esperando. Con binoculares en mano, tomó su radio diciendo:
—Señor Worok, las frutas que ordenó vienen bien acompañadas.
Pero Worok no había escuchado bien por el ruido que hacía el ventilador donde estaba el francotirador escondido, así que se alejó de los invitados diciendo:
—Águila, ¿me copias? Repite lo que dijiste.
—Las frutas que ordenó ya llegaron, pero vienen con acompañantes —repitió Águila.
—Gracias, Águila, te copio. Todos ya saben qué hacer, no metan la pata. Recuerden, todo comienza cuando entre el último invitado —indicó Worok.
—No se preocupe, señor, el espectáculo será como ningún otro —respondió Águila, sin perder de vista a su objetivo a través de los binoculares.
Cada uno confirmó haber escuchado las instrucciones del líder por la radio, sabían que se acercaba el momento para que la verdadera fiesta comenzara. En un instante, todos los sirvientes hicieron lo que estaba planeado con rapidez y, sin perder tiempo, se dirigieron al lugar estratégico en donde debían estar.
Teniendo mucho cuidado de que nadie los viera, tomaron sus armas y las escondieron en sus trajes. Worok, al notar que todo marchaba bien, dijo por su radio:
—Luigui, ¿están listos los salones para nuestros invitados de honor?
—Todo listo, señor, será un lugar especial para ellos —respondió Luigui, mientras observaba las sillas que tenían correas de seguridad ubicadas en el salón.
—¿Estás seguro? —preguntó Worok.
Luigui dio una vuelta por todo el salón verificando las sillas y los explosivos que se encontraban en todas partes.
—Sí estoy seguro —respondió Luigui.
—Buen trabajo, muchacho. Ya falta poco, la fruta está llegando al refrigerador para mantenerse fresca, así que estén atentos y esperen la orden —indicó Worok a través de su radio, caminando hacia el área en donde venía la persona que buscaban.
Aquella persona era difícil de perder de vista, pues con su atuendo y sus lujos, tenía una apariencia muy peculiar. Era la mujer más poderosa de toda la India, dueña de los pozos petroleros y de las minas de piedras preciosas más grandes.
La llamaban la reina Marak, no por ser la reina de la India, sino por ser la mujer india más poderosa entre todos los poderosos que había en el mundo.
Worok pasó discretamente cerca de ella, ofreciendo bebidas a todos y logró ponerle un transmisor localizador. En ese momento Chay-an se acercó a ellos y con una gran sonrisa, le recibió diciendo:
—Bienvenida, gran india Marak, es un honor tenerla aquí con nosotros.
—No me perdería un evento como este por nada. Gracias por la invitación —respondió Marak, saludándolo con un beso en la mejilla.
—Por favor, venga conmigo para dar inicio a la exhibición —dijo Chay-an.
La reina Marak caminó junto al señor Chay-an, acompañada de sus diez guardaespaldas, quienes miraban a su alrededor con mucha atención. Se notaba que estaban muy bien entrenados.
Worok los observó desde lejos y comenzó a caminar en la misma dirección, mientras murmuraba:
—Disfruten los últimos minutos que les quedan…
Pero como tenía su mirada fija en ellos, chocó con Rosy dejando caer la bandeja de bebidas que tenía en su mano.
—Oh discúlpeme, creo que no lo vi venir —dijo Rosy, mientras lo ayudaba a levantar lo que había en la bandeja.
Worok, algo impresionado por la reacción de Rosy, se apresuró a levantar las copas diciendo:
—No se preocupe, señorita, por favor no haga eso. Yo las levanto, es mi trabajo.
Otro de los mayordomos, al ver lo ocurrido, se acercó para ayudar. Romeo, muy apenado, se disculpó con todos.
Mac William le dio un pañuelo a Rosy para que se limpiara el vestido, pero, al acercarse, vio algo extraño en uno de los sirvientes.
Pudo notar que uno de los sirvientes traía ropa debajo del uniforme, pero lo que más le sorprendió es que parecía llevar un arma de fuego. “¿Por qué un sirviente estaría armado?”, pensó Mac William.
Pero algo le decía que todo esto no era normal, algo raro estaba pasando en ese lugar. A pesar de sus sospechas, Mac William mantuvo la compostura y sutilmente dirigió a sus amigos hacia la mesa de aperitivos y les dijo en voz baja:
—Creo que es mejor que nos vayamos ahora mismo.
Rosy reconoció el tono en el que su amigo acababa de hablar y respondió un poco nerviosa:
—Mac… pero, ¿qué ocurre?
—Sí, Mac, dinos porque nos espantas —añadió Romeo al ver la manera en que su esposa había respondido.
—No hay tiempo para esto, confíen en mí y afuera les explico —respondió Mac William.
Pero ninguno sabía que Worok los estaba observando y cuando se percató de que algo estaba ocurriendo con ellos, murmuró algo en su radio y todos los sirvientes reaccionaron al instante. Águila tomó su lanzagranadas y dijo a los demás:
—Ya era hora. Hora de divertirnos, que comiencen las carreras y la acción.
Y sin esperar más, disparó una de sus granadas de la manera en que tanto había practicado. La práctica había dado su fruto, pues la granada dio en su objetivo, ocasionando que estallara un autobús.
La bola de fuego asustó a todos los que estaban afuera y comenzaron a correr por todos lados. La segunda granada explotó cerca de la entrada del museo, retumbando por todo el lugar. Adentro, los invitados gritaban del pánico, corriendo por todos lados tratando de encontrar un lugar seguro.
Mac William, al ver que la entrada estaba en llamas, tomó a sus amigos de las manos y les dijo:
—Síganme, hay que movernos. Hay que avanzar antes de que sea tarde.
Sus amigos se veían muy nerviosos, pero aún así se dejaron guiar por él. Poco a poco llegaron a la entrada del museo, pero nadie podía salir. Mac William observó hacia todos lados para ver qué podía hacer y vio que una cortina grande se había caído de su lugar y se había quedado enganchada en una de las ventanas.
—Ya sé qué podemos hacer. Síganme, no se alejen de mí —indicó Mac William a sus amigos.
De repente, se escucharon los gritos de los invitados, seguidos por el ruido de unos disparos que hacían eco en todo el salón
Todo era un caos, todo parecía estar fuera de control. Mientras tanto Mac William se mantenía atento y no entraba en pánico como los demás. Él y sus amigos se acercaron más a la ventana y pudieron escuchar las explosiones que había afuera del museo. Había llamas de fuego por todo el lugar.
—Vamos ya, estamos cerca. Agarremos esa cortina y salgamos de aquí —indicó Mac William señalando la cortina.
—Pero estás loco, Mac, si hacemos eso, nos quemaremos —advirtió Romeo.
—Bueno, ¿qué prefieren? ¿Ser rehenes de estos locos o intentar escapar de este caos? —preguntó Mac William.
—Está bien, sácanos de aquí —respondió Rosy.
—De veras que esta noche será inolvidable —dijo Mac William.
—Déjate de bromas, no sé cómo puedes bromear en un momento como este —dijo Rosy un poco molesta.
—Vamos, amigo, sácanos de aquí —protestó Romeo.
Mac William, sin perder más tiempo, le dio un jalón a la cortina, haciendo que cayera al suelo. Tomó la cortina y después de doblarla de una manera especial, la puso alrededor de sus compañeros, dejando un pequeño espacio para poder ver por dónde caminaba. El fuego se había propagado por más partes del lugar, pero eso no los detendría.
—Bueno, amigos, a la cuenta de tres salimos corriendo. Solo recuerden brincar cuando yo les diga. Confíen en mí y saldremos de esta.
Ambos amigos se prepararon para la señal.
—A la una, a las dos y… ¡a correr! —gritó Mac William corriendo rápidamente.
Los tres debajo de la cortina, salieron corriendo hacia el gran pasillo que daba a la entrada del museo. El pasillo parecía un túnel de fuego, por todos lados se escuchaban gritos, explosiones y disparos. Todo parecía una escena de guerra.
—¡Salten! —gritó Mac William y, junto con ellos, brincaron también unos pedazos de madera que estaban encendidos en el suelo.
Poco después, brincaron de nuevo. Ya casi estaban por salir, pero, al dar el último brinco, Rosy y Romeo se tropezaron cayendo al suelo, sin embargo, ya habían pasado el área donde estaban las llamas de fuego. Mac William fue el único en no caer.
—Vean, amigos, lo logramos —anunció Mac, quitándose la cortina de encima. —Vamos, hay que movernos, aún hay fuego, pero no como en el otro lado —continuó diciendo.
Sus amigos también se quitaron la cortina de encima, parándose del suelo. Aún podían sentir el calor del fuego, pero por lo menos ahora estaban al otro lado del gran incendio.
—Miren, allí hay un hueco por donde podrían salir. Vayan y avisen a las autoridades —indicó Mac William.
—Pero, ¿qué dices? ¿No vienes con nosotros? —preguntó Rosy.
—Aún no puedo irme, hay algo importante que debo hacer. A fin de cuentas, soy un invitado en esta fiesta —respondió Mac William, tomando la invitación que colgaba de su cuello.
—¿De qué hablas? —preguntó Romeo.
Pero antes de que él pudiera contestar, la alarma de incendios del museo comenzó a sonar. Mac William, sin perder tiempo, tomó la cortina y corrió adentro del lugar. Sus amigos no podían creer lo que él iba a hacer.
A medida que Mac William se acercaba, escuchó lo que más temía. Tras la alarma y las luces de emergencia, se escuchó también el ruido de las puertas metálicas cerrarse. El edificio se estaba sellando para combatir el fuego en cuestión de segundos.
Si no se apresuraba, la puerta metálica principal se cerraría dejándolo afuera. Mac William corrió con más fuerza y, luego de dar un brinco, cayó al suelo envuelto en la cortina y la puerta se cerró tras de él.
El museo estaba sellado. Por todos lados se escuchaban los mecanismos de defensa apagando los incendios. Mac William, desde el suelo, observó a muchas personas corriendo y a muchas otras aterrorizadas. También vio a varios guardaespaldas protegiendo a sus clientes. Todos querían entender lo que estaba ocurriendo y saber qué podían hacer.
De repente, el lugar se quedó sin energía, todo se apagó provocando que muchos gritaran de miedo, pero segundos después la luz regresó y se tranquilizaron.
Sin embargo, Mac William con media sonrisa, dijo en voz baja:
—Bonita noche para toda esta gente, seguramente será una inolvidable.
Se puso de pie y miro hacia todos lados, a la espera de lo que fuera a suceder.
Luego de salir por el hueco que Mac William les había indicado, Rosy y Romeo se encontraron con algo que jamás habían visto. Parecía una escena de guerra sacada de una película de acción. Pero no era una película, todo era real. Tan real, que ambos temieron por sus vidas, buscando rápidamente dónde esconderse.
Luego de unos minutos, Romeo vio que había unos autos a lo lejos, así que tomó a su esposa y se escondieron detrás de ellos. Desde donde estaban, se podía ver el resplandor de las llamas, al igual que se podían escuchar los gritos que había por todas partes.
—No puede ser, mi amor, ¿qué rayos está pasando? —preguntó Romeo.
—No lo sé, pero es mejor que hagamos lo que Mac dijo, quién sabe qué estará ocurriendo allí adentro —respondió Rosy.
Ella tomó el teléfono de Romeo y llamó al número de emergencia.
—Hola, por favor dígame cuál… —dijo la operadora, pero como Rosy estaba tan nerviosa, la interrumpió diciendo:
—¡Operadora! Estamos en el gran museo de Manhattan. Tiene que ayudarnos, hay explosiones y disparos. Parece una guerra.
—Señorita, por favor, cálmese…
—¡No puedo calmarme! Esto aquí es como una zona de guerra
—No se preocupe, ya la ayuda va en camino. Busquen un lugar seguro y… —dijo la operadora, pero antes de terminar lo que estaba diciendo, la llamada se cortó.
—Amor, se cortó la llamada —dijo Rosy devolviéndole el teléfono a su esposo.
—Creo que hay que irnos más lejos, tal vez están bloqueando las señales —contestó Romeo.
—¡¿Qué?! Esto cada vez se pone más serio —exclamó Rosy, observando hacia qué lugar podían ir. —Creo que por allá —continuó diciendo, señalando unos árboles y, sin esperar más, ambos salieron corriendo.
Mientras tanto, el francotirador se entretenía disparando a los autos, haciéndolos explotar, pero a pesar de los disparos y las explosiones, nadie estaba muerto o gravemente herido. El francotirador tenía todo bajo control.
Un rato después, mientras recargaba sus armas, escuchó el sonido de varias sirenas que poco a poco se acercaban al lugar. Rosy y Romeo también las escucharon, ambos se pusieron muy alegres porque su llamada de auxilio había resultado.
—Señor Worok, los aguafiestas vienen en camino. Repito, los aguafiestas vienen en camino —dijo Águila por su radio.
—Entendido, Águila. Aunque nadie haya muerto, mantente alerta. La magnitud de este plan seguramente alerte a todas las agencias de seguridad, en especial con la reina india Marak aquí. Desde la CIA, hasta los federales vendrán. Así que listo, no quiero sorpresas —respondió Worok, quien dio una vuelta asegurándose de que todo estuviera en su lugar. —Compañeros, escuchen. Ya saben lo que tienen que hacer. Ayuden a todos, nadie debe sospechar de nosotros.
Luego de decir esto, un equipo de seguridad del museo salió de la parte trasera y se acercó hasta donde estaba Chay-an, quien les dijo:
—Busquemos a la reina india Marak y a su gente, hay que llevarlos al salón principal.
No tardaron mucho en encontrarlos.
—Por favor síganme, los llevaremos a un lugar más seguro —les dijo Chay-an.
Todos fueron tras él, escoltados por los agentes de seguridad del museo. De repente, Mac William reconoció al empleado que había visto antes el cual vestía ropa debajo del uniforme.
—Interesante, con que allí estás. Esto se está poniendo cada vez más complicado —dijo en voz baja, mientras los seguía desde lejos caminando lentamente.
Mac William estaba enfocado en Chay-an y en los demás, pero también era difícil ignorar lo que ocurría a su alrededor. Mientras caminaba, escuchaba a muchas personas intentando llamar por sus teléfonos y podía ver a otros llorando en el suelo.
Con cada minuto que pasaba, todo se ponía más tenso. Vio a un grupo de personas orando y a otro intentando subir por la ventana para escapar.
Mac William vio cuando Chay-an y los demás entraron a un gran pasillo, pero tuvo miedo de ser visto, así que se puso a pensar qué hacer para no perderlos de vista. Sin embargo, cuando cruzaron la curva, los perdió.
Los agentes de seguridad de Chay-an abrieron las puertas del salón principal y todos entraron en él. Luego de revisar que todo estaba bien, Chay-an dijo:
—Este cuarto tiene mayor seguridad. Resguarden la puerta y estaremos bien, pues todas las puertas se abren desde adentro.
La reina india Marak dio su señal y Chay-an la de él a todos sus agentes y guardaespaldas para que salieran del lugar y cuidaran las puertas.
El salón era grande y lujoso. Tenía lo necesario para estar a salvo hasta que todo pasara. Chay-an y Marak se pusieron cómodos sin imaginar lo que estaba ocurriendo.
Hasta que, de repente, ambos escucharon una voz y, cuando se voltearon, vieron a uno de los mayordomos caminando hacia ellos.
—Bienvenidos —dijo mientras se quitaba la máscara.
—Pero, ¿qué es esto? ¿Qué haces aquí? —preguntó Chay-an muy sorprendido.
La reina india Marak comenzó a gritar por ayuda, pero el mayordomo la interrumpió diciendo:
—No hay necesidad de gritar.
—¿Cómo entraron aquí? —preguntó Chay-an, pero antes de que alguien pudiera decir algo más, Marak salió corriendo hacia la puerta por donde habían entrado.
Uno de los mayordomos corrió tras ella y, luego de alcanzarla, la golpeó en la espalda con su rifle, haciendo que se cayera al suelo.
—No hagan eso, por favor. No sé qué quieren, pero no hay necesidad de usar la violencia —indicó Chay-an algo molesto.
—Así es, Chay-an, nadie quiere usar la violencia. Así que mejor no hagan nada estúpido. Si cooperan, terminaremos rápido y en paz —dijo el mayordomo.
—No sé qué quieres, Vick, pero esto es una locura —dijo Chay-an.
—¿Locuras dices? —respondió Vick haciendo una señal con su mano.
Sus compañeros al verlo, descubrieron los explosivos que habían escondido por todas partes, detrás de unas cortinas enormes. Trajeron unas sillas especiales con correas.
—Estás loco, todo este lugar está lleno de explosivos —dijo Chay-an muy preocupado.
Los mayordomos pusieron las sillas en el centro del cuarto y Chay-an al verlas, continuó diciendo:
—Dijiste que no había necesidad de violencia.
—Ya veremos, si cooperan, no tendré que usarlas. Ustedes deciden —respondió Vick, observando a Chay-an levantar a la reina del suelo.
Los mayordomos entraron y los amarraron a ambos en las sillas.
—Señor, el plato principal y el postre ya están asegurados. Continuaremos con el plan —dijo Vick a Worok usando su radio.
—Muy bien, solo recuerden mantener todo en orden —respondió Worok.
Worok comenzó a disparar al aire, los guardaespaldas salieron para neutralizar la situación, pero los agentes que ellos pensaron que eran aliados, los tomaron por sorpresa, golpeándolos por la espalda y derribándolos en el suelo.
Afuera del pasillo, Mac William escuchó la conmoción, pero no sabía qué había ocurrido. De repente vio a los grupos de los mayordomos tomar por sorpresa a los guardaespaldas de algunos invitados. En cuestión de segundos, todos estaban muy bien armados. Las demás personas se tiraron al suelo.
Mac William, al ver esto, se acercó rápidamente a uno de los grupos y se tiró al suelo con ellos. Una señora de ropa muy elegante y joyas lujosas, al ver el rostro de Mac William, le dijo:
—Usted luce muy tranquilo, jovencito.
—No diga eso, todo esto me tiene muy mal —dijo Mac William.
—Pues no lo parece —respondió la señora.
—Lo que pasa es que soy tímido y no demuestro mucho mis emociones —explicó Mac William para no despertar sospechas.
—Qué bueno saberlo, pensé que solo era yo la que estaba llena de nervios —respondió la señora sonriéndole amablemente. —Mi nombre es Bellamar.
—Muy bonito nombre, el mío es Mac William, mucho gusto en conocerla —contestó.
De repente, ambos escucharon la voz de uno de los mayordomos que tenía un rifle en la mano:
—Saludos a todos, guarden silencio por favor. Lamento arruinarles la velada, pero todo este alboroto no es debido a ustedes, sino al señor Chay-an y a la reina india Marak. Nadie se podrá ir hasta que ellos nos den lo que buscamos. Les pido que no hagan nada estúpido y todo saldrá bien para ustedes. No me pongan a prueba. Estas armas son reales y no tenemos miedo de usarlas, aunque preferiríamos no hacerlo. Quien necesite ir al baño, levante su mano y uno de nosotros lo escoltará. Así que les repito, si cooperan todo saldrá bien y nos iremos pronto a nuestros hogares. Tengan buenas noches.
Luego de decir esto, Worok continuó con su plan como si nada, mientras que Mac William observaba todo con mucha atención.
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